Superpotencias vs. superempresas, por Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Foto: openclipart.org

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 6 minutos

La post Guerra Mundial del siglo pasado tuvo como consecuencia lo que José Paradiso nos indicó como la «Era de las Superpotencias» en su magnífico libro.

Esa era consolidó a las naciones como protagonistas, ya sea en la lucha por el predominio como en la ilusión de la independencia enmarcada en la tercera posición.

Los gobiernos eran los protagonistas y detentarlos era ser parte de la contienda por el poder.

Esa era dominó la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siguiente. Fue el triunfo del Capitalismo, con la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética por un lado y la incorporación al sistema económico reinante de la República China los dos hitos que podemos marcar en el ámbito de la política como precursores de la nueva era.

Pero existieron otros antecedentes a tener en cuenta, que dieron origen a una nueva era en el poder global.

El primero, en 1973, la fundación de lo que se llamó la «Trilateral Commission» una organización privada fundada por David Rockefeller, Zbigniew Brzezinski, Jimmy Carter que tenía por objetivo la defensa de los intereses de las empresas globales en el dominio capitalista.

La segunda el desarrollo tecnológico que dotó de las herramientas fundamentales para que las finanzas y el comercio dejara de tener banderas y se convirtieran en empresas con objetivos supra nacionales y con dominios globales. Se terminó el «made in».

Es de pensar, que de la era de las superpotencias, casi sin darnos cuenta, entramos en la era de las superempresas.

La era de las superpotencias tuvo en los organismos multilaterales su contención, la ONU, el Banco Mundial, la UNICEF, la OIT, etc. Esta nueva era no ha logrado construir una institucionalidad. Hay numerosos indicios de que se busca llenar ese vacío, pero aún no se ha logrado.

Las viejas instituciones se desviven por cumplir un rol sin poder hacerlo, se burocratizaron de tal manera que ya tienen vida propia. No logran anclar sus acciones a la solución de los problemas cotidianos que tenemos los pueblos y las naciones.

Son muchas las universidades que avanzan hacia la formulación de nuevas regulaciones globales.

Se habla de salario universal y los políticos de cabotaje piensan en planes nacionales, se habla de normas laborales comunes para todos los países, que garanticen una competencia leal, y las naciones reaccionan con aranceles y protecciones de imposible sostenibilidad.

Se habla de impuestos globales sin comprender que fueron las instituciones del siglo XX las que fracasaron en la administración de fondos colectivos. La gran mayoría cuestionadas por el manejo de los fondos públicos.

Los países occidentales creen que con normas nacionales podrán resolver la competencia con China, la disfrazan de lucha política, como si fuera un problema de comunismo o capitalismo, cuando las empresas occidentales son las que se instalan en oriente para poder competir en el comercio mundial.

Las naciones subsisten y subsistirán. Pero los roles no son ni serán los mismos a los de los siglos pasados. Nuevos roles serán los que distinguirán a los países. La cultura, la educación, el turismo, la infraestructura, el hábitat, la generación de emprendimientos urbanos sanos que permitan vidas integrales, serán algunos de ellos.

La salud pública, entendida como las acciones públicas que prevengan las enfermedades y las epidemias. El deporte como actividad que incentive la acción colectiva en búsqueda de objetivos comunes. La cultura en general, teatro, canto, baile, como acciones personales que acerquen a los individuos en contraposición de las actividades solitarias a las que nos lleva el incesable avance de la tecnología.

Cada uno de esos desafíos serán los que distinguirán a una nación de otra. Así como en antaño era la búsqueda del éxito económico lo que movía a las corrientes migratorias, será el buen vivir el que establezca la diferencia entre un país y otro.

No está lejano el grito de libertad como uno de los arietes de esta lucha. Los países, que por historia, nunca conocieron la libertad como forma de vida, y son muchos, se verán cuestionados a través de las redes de comunicación por aquellos que a partir del desarrollo de la libertad individual sean capaces de construir sociedades prósperas.

Las nacionalidades no se definirán solo por lugar de nacimiento, las corrientes migratorias llevaran a muchos a instalarse lejos de sus lugares de origen, pero llevaran sus culturas, sus idiosincrasias y sus hijos, a pesar de nacer lejos de las naciones de origen de sus padres elijarán por esa cultura su pertenencia.

Lo vemos hoy en el deporte. En el último mundial muchos países africanos tuvieron jugadores que nacieron en países europeos pero que eligieron jugar para las naciones de sus padres. Hoy eso está pasando también a la selección argentina, ya hay dos jugadores nacidos en Europa que eligieron nuestro equipo como su elección.

Se comienza a elegir nacionalidad por pertenencia cultural y no por nacimiento.

Todo eso no hará nada más que complementar un mundo en el cual las empresas globales tendrán el poder económico, pero no podrán nunca torcer la identidad cultural de aquellas naciones que sean capaces de proteger su cultura y desarrollar su hábitat.

Es imperativo impedir que aquella película de 1975, Rollerball, en las cuales las empresas competían a través de jugadores individuales por quien sobrevivía, al igual que los viejos gladiadores de Roma, sea nuestro futuro.

Sostener la cultura de la vida en comunidad será la verdadera batalla por la libertad.

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