OPINIÓN

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar
Es común leer en los editoriales de analistas políticos y de relaciones internacionales coincidir en que el nacionalismo ha regresado para contraponerse al universalismo.
Sin duda ante el fracaso de los procesos de integraciones regionales del siglo XX los países retornan o desarrollan procesos en el sentido de auto protegerse y retomar políticas nacionales.
¿Es el fracaso de la globalización?
Es mi intención ensayar una visión disruptiva al respecto.
Sostengo que el fracaso de los procesos regionales de integración, Unión Europea, NAFTA, Mercosur, etc., salvando las diferencias de cada uno, es ocasionado por el triunfo del universalismo.
El proceso de globalización económica y de universalización cultural es una resultante de la evolución de la civilización, no es una decisión de uno o más gobiernos, ni de una o más empresas o bancos.
La distancias entre los hombres de cada rincón del mundo han desaparecido, por las comunicaciones, por la irrupción de las redes, por las migraciones continuas que han desarrollados sociedades multirraciales en todos los continentes.
Esa realidad es incontrastable e imposible de revertir.
En ese escenario los países que han logrado constituirse en Naciones consolidadas recurren a procesos de protección de sus culturas, su trabajo, su desarrollo, y eso es necesario y conveniente.
Lo que intento decir es que este nacionalismo naciente poco y nada tiene que ver con aquellos nacionalismo que cerraban fronteras, establecían protecciones a sus industrias y comercio.
No existe más el concepto de “made in” , cada producto tiene participación de dos o más países en su elaboración, por su diseño, por su desarrollo y por su producción.
Aquellos nostálgicos deberán entender que en la simple cajita feliz de Mc Donald que se vende en Argentina, intervienen tres países en su elaboración y además los EE. UU. por su patente de marca cobra su parte.
Convencido que los territorios que pretendan intervenir como actores en el proceso que estamos transitando deben establecer fuertes políticas nacionales.
Ninguna de ellas tiene nada que ver con la protección de producciones que no puedan competir en el mercado mundial, ni de comercios que no cumplan un rol en el imprescindible aporte a la mejor eficiencia en el gasto de los salarios nacionales.
Las naciones competirán en otras cosas, en menores impuestos nacionales, en mejor educación, en mejor hábitat para sus habitantes, en mejores comunicaciones, mayor seguridad, mejor salud, etc.
Esas serán las cosas por las cuales habrá ganadores o perdedores en el nuevo y apasionante escenario global.
Aquellos que se distingan en aquellas competencias recibirán inversiones, nuevos asentamientos industriales y nuevos migrantes.
A los industriales nacionales de todos los países les quedará reservada una gran tarea, primero identificar cuál es el rol que pueden jugar en la producción global y luego comprometerse en la formación de los mejores trabajadores para ese cometido.
A los sindicatos les tocará una función esencial, sostener a la formación de sus afiliados como principal reivindicación. Exigir condiciones laborales que permitan el desarrollo de sus compañeros y sus familias.
A los dos sectores de la producción se les reserva la más importante de la condiciones. No existe país desarrollado en el mundo con salarios bajos, esa es otra de las grandes mentiras del siglo pasado.
Los salarios de los trabajadores para que las empresas globales se instalen deben ser aquellos que permitan una vida digna y próspera a las familias.
Si los impuestos son altos, si el hábitat es malo, si hay inseguridad, si los salarios son malos, si la educación no es de calidad, si la salud no es buena, el país no llegará a ser desarrollado jamás y solo recibiremos inversiones de mala calidad que ante el riesgo vengan por altas tasas de retorno.
Esas son las razones para desarrollar un fuerte nacionalismo, debemos concentrarnos en cada una de esas variables, es la única manera no solo para recibir las mejores inversiones sino también para retener a los mejores jóvenes en el país.
Enfrentar semejante desafío requiere reglas con premios y castigos muy claros, sin hipocresías.
El primer acuerdo al cual se debe arribar es penar a todo aquel funcionario que malgaste un solo peso del dinero del pueblo obtenido por los impuestos recaudados.
Si creemos que consignas vacías de contenido que intenten trasladar la responsabilidad a supuestas dominaciones o a poderes externos significan nacionalismo, mientras se convierten en cómplices o en actores de estafas en la administración de los dineros del pueblo, equivocamos el camino.
Para sentarse en la mesa de la discusión del reparto del poder global, debemos constituir una Nación. Con una moneda, con un estado honesto, eficiente y regulador.
Recién ahí, con esas condiciones podremos pensar en cómo establecer alianzas y opinar sobre las relaciones entre el poder global y las naciones.
El universalismo significa, capitales migrantes y pueblos migrantes la competencia por los mejores capitales y los mejores migrantes es absoluta responsabilidad de los buenos gobiernos nacionales.
En estos momentos en el cual se recurre al concepto de nacionalismo para etiquetar a gobernantes delirantes que se aprovechan de las necesidades o de las reivindicaciones, justas, de los marginados del sistema para ocupar ocasionalmente el poder, se equivocan.
No nos distraigamos por los cantos de sirena, el curso es único, impuestos justos, administración eficiente para lograr la mejor educación, salud y seguridad.
Los estados tienen un solo objetivo ser el que defiende el interés del más débil, del que no puede defenderse, del que trabaja para llevar bienestar a sus hijos.
Los mejores capitales solo requieren reglas claras y un estado honesto.
Son los especuladores los que requieren, corrupción, inseguridad jurídica y mano de obra barata.
Para competir, necesitamos unidad nacional y capacidad para disentir dentro de un plan común.
