INTERNACIONAL

Se está acumulando evidencia de que la economía china se está desacelerando más rápido de lo que sus gobernantes o el resto del mundo anticipaba.
Esa preocupación mostró sus efectos en los mercados, de la misma forma en que ocurrió cuando Apple anunció una baja en la demanda el año pasado, o cuando Jaguar Land Rover eliminó puestos de trabajo la semana pasada, en parte debido a la desaceleración China.
Los funcionarios chinos, generalmente competentes, están conscientes del problema y ya han tomado algunas modestas medidas para contrarrestar la situación, estimulando la demanda.
La semana pasada, por ejemplo, el Banco Popular de China (equivalente al banco central), flexibilizó los requisitos de capital que establecen cuánto dinero los bancos deben dejar a un lado por cada préstamo que entregan.
Esa medida, teóricamente, liberaría US$117.000 millones que estaban «amarrados» en el sistema bancario para ser inyectados en la economía a través de préstamos.
Pero eso podría funcionar si existe demanda de parte de los clientes, como empresas, para pedir dinero prestado.
Y eso a su vez depende de si las empresas están convencidas de que pueden ganar dinero tras pedir el crédito.
Se espera que en las próximas semanas se anuncien nuevas medidas de estímulo. ¿Funcionarán?
Desde la crisis financiera de 2008, el liderazgo de China ha buscado mantener el ritmo de crecimiento económico a través de una gigantesca expansión de la actividad crediticia.
El nivel de endeudamiento, como proporción de la economía, se ha disparado (desde un 140% del PIB en 2007 hasta casi 260% en la actualidad).
El gasto en infraestructura se ha multiplicado, con la aparición de miles de kilómetros de nuevas vías férreas y decenas de nuevos sistemas de metro y aeropuertos.
La economía china está acostumbrada a una dosis de estímulo considerable y habitual.
