INTERNACIONAL

Lectura: 3 minutos
El lunes 29 de abril, un día después de las elecciones en España, Europa amanecerá con una arruga más en la frente: en la cuña que los separa de África habrá un nuevo mandatario que no parece estar a la altura de las circunstancias. O tal vez sea peor: un conjunto de partidos políticos dirigido por un trío de jovenzuelos inmaduros incapaces de demostrar, en dos debates consecutivos, que pueden discutir sobre el futuro de 47 millones de personas sin embarcarse en una pelea de patio escolar.
Los dos debates, realizados el lunes 22 y martes 23 de abril, tienen el severo inconveniente de que de ahí saldrá el próximo presidente de España. En ambos se mostró que el socialista Pedro Sánchez, y actual presidente del Gobierno español, y los candidatos de la derecha Pablo Casado y Albert Rivera pierden fácilmente los estribos a la menor provocación y viven más predispuestos a la discusión absurda —ataques de cizaña menor, agravios, insultos de baja estofa, interrupciones de maleducados— que a demostrar que son políticos maduros capaces de hacerse cargo de la nación. Quien sea electo llevará por un tiempo la marca de ese ridículo grabada.
Esto representa un problema porque tan pronto se elija al presidente, debe acabarse el espectáculo y empezar la política. Los líderes de los principales partidos tienen que demostrar que son más que sus personajes en los debates. La mesura y una cabeza bien amueblada son capitales para tiempos inciertos. Especialmente cuando España enfrenta desafíos tan importantes como la irrupción de la extrema derecha de Vox, una economía que necesita estabilizarse y conflictos nacionalistas.
Por ahora, el show electoral fagocitó a la política. Sánchez debía hacer un papel presidencial: evitar el toreo y aprovecharse de que es el único con resultados para mostrar. En cambio, mordió demasiadas veces las provocaciones de Rivera. Con Sánchez uno descubre cómo al miedo escénico lo sucede el vacío de una pose presidencial. A Rivera, el ritmo eléctrico de su verborrea y su vodevil de chirimbolos —recortes de periódico, pergaminos, libritos— le arruina cualquier propuesta. La sonrisa de actor juvenil de Casado no alcanza a desviar la atención de la loza mortuoria del Partido Popular (PP) que lleva en la espalda. Solo Pablo Iglesias, el antiguo bolivariano de Unidas Podemos, salió indemne del barro.
El espectáculo de los debates fue vergonzoso porque no había mejor oportunidad para explicar propuestas cuando a tres días de la votación todavía hay un 30 por ciento de españoles indecisos, una cantidad suficiente para acabar con cualquier pronóstico razonable. Los debates eran el momento de exponer planes sobre empleo, salud, educación, género, seguridad, migración, pensiones; el momento de presentar el futuro a modelar. Pero ambos encuentros quedarán como un nuevo caso de estudio de todo lo que no debes hacer para ganar una elección reñida.
