OPINIÓN

Por Antonio Calabrese, abogado constitucionalista, historiador, político. Columnista de lacity.com.ar
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Si algo le faltaba a una sociedad decadente y a punto de expirar, era que le faciliten la forma de suicidarse, obligándola además, a elegir como hacerlo.
La opción, proclamada por el gurú Duran Barba, la cara oscura de Macri, escondida entre bambalinas, es la elección entre la decepción o el miedo. Única posibilidad.
Una decisión que elimina a la eventualidad del triunfo, del éxito, del progreso, como objetivo, aunque sea lejano, nos deja solo a la desesperanza, la impotencia, la desilusión y al miedo paralizante y aterrador para elegir cómo será nuestro final.
Es como si se eligieran formulas emblemáticas partiendo de una película de terror, como aquella de Chucky, el muñeco maldito agregándole una ventrílocua, de condición similar o peor, o la del Gran Hermano, pequeño Stalin, con la mujer del verdugo, solo faltaría por ejemplo, agregar otra en CABA, con el «Petiso Orejudo» acompañado de «Yiya» Murano, célebre viuda negra, que cubriría el cupo femenino, sin contar con alguno que se baje, porque los delincuentes, al parecer, no han aceptado su propuesta de delinquir con códigos.
Para completar, como la lógica de la política nacional, es distinta a todas las demás, y transita por un raro pragmatismo, que lleva de la mano, como motores, a la claudicación y la traición, condiciones internalizadas desde siempre por algunos, tal vez puedan ser ejercidas ahora, desde un amarradero del Delta o del conurbano, siendo probable que con ello el séptimo circulo se materialice.
«Se igual» dijo un célebre filósofo de los nuestros y quiso decir «nada cambia» igual que Lampedusa, aunque algún tiempo después.
La historia se repite, en este caso, pero de manera vulgar.
La CGT en tanto, organiza y ejecuta paros generales que nadie sabe para qué son, que no modifican nada, de los que sus líderes se esconden, y que los que medran con ellos, presumen de poder, de fuerza, tal vez en un intento de salvarse de la cárcel, cuyas puertas están abiertas tras el adelanto de algunos procesos judiciales en trámite, barras bravas mediante. (Recordemos que no obstante en Argentina, los juicios parecen no terminar nunca de acuerdo con la sibilina ética judicial)
Las Huelgas Generales suelen ser revolucionarias, o parte del derecho de guerra como decía Carnelutti, en los países en los que su líderes representan la lucha por las reivindicaciones populares, pero entre nosotros, con dirigentes gordos, sin ideas, bien comidos y multimillonarios, parecen una carcajada del diablo.
Para los constituyentes del 49 no era necesario escribirla porque la huelga era un derecho natural, decía Arturo Sampay, igual que la vida agregamos nosotros, ¿quién puede negar el derecho a la vida? Solo los abortistas, que hoy en nuestro país también parecen mayoría.
El derecho absoluto de huelga rompe el orden jurídico, por ello no podría consagrarse en una constitución piensan algunos en la doctrina correcta.
La huelga es el último recurso de los derechos colectivos contra el poder.
Pero es un arma generalmente parcial, sectorial, después de agotar todas las instancias previas, es así como reclama un sector por las condiciones de salubridad, u otro por sus salarios, u otro por despidos injustificados, etc.
Por eso la Huelga general, cuando todos los gremios reclaman al unísono, es un acto revolucionario, es contra la estabilidad del poder, para debilitarlo y que caiga.
Parece ello un absurdo, en medio de un proceso electoral en donde existe la posibilidad de cambiar democráticamente y sin violencia si así lo resolviera la mayoría y respetando se decisión.
De allí que cuando no se exhiben motivos a la altura, justificantes de tan drástica acción a tan poco tiempo de un sufragio, solo es una demostración de desprecio a la voluntad general, un acto de autoritarismo.
Es parte también de la descomposición, del extravío y del miedo y la decepción, nada bueno. Estamos a ciegas, buscando un gato negro en una habitación a oscuras totalmente cerrada.
Nadie prende la luz.
