Opina Hugo Flombaum: La decadencia continúa

OPINIÓN

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Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

 

 

 

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Desde el comienzo de los estudios económicos, antes aun de Adams Smith, el debate se centraba en dividir aquellas actividades productivas de las no productivas para, de esa manera, poder asignar un valor a las cosas.

No es mi intención desarrollar la historia de la teoría del valor, pero sí de afirmar que antes de elaborar cualquier plan económico de un país, es necesario determinar qué es productivo y qué cosa no lo es, porque en definitiva será el sector productivo el que cargará con el costo del que no lo es.

Recurriré a un ejemplo: el otro día debí solicitar un duplicado de mi registro de conducir aún no vencido, para ello tuve que pedir un turno en una oficina en la cual me recibió una empleada para derivarme a una sala de espera; pasé a ser atendido por una persona que me abrió el expediente y con él me derivó a otra oficina que me hizo firmar la solicitud para luego enviarme a pagar una suma de más de mil pesos para luego concurrir a otra oficina que me recibió el expediente con el pago correspondiente para luego enviarme a la última oficina que me dio el comprobante para que pueda retirar mi copia de registro a las 48 hs.

Corolario, todo el costo de esta oficina está cargado a todas las actividades productivas que las pagan con sus impuestos y además me extrajo de mi dinero disponible una cantidad que en lugar de gastarla en una actividad productiva lo hice en una no productiva.

Esta anécdota representa solo una pequeña parte de una estructura social, institucional y cultural que atenta contra cualquier plan de desarrollo productivo. El estado es una herramienta fundamental, sin él, ningún país del mundo, incluso aquellos que pregonan el antiestatismo, podrían siquiera existir. Pero el estado es servicio, es poder para garantizar el equilibrio y la igualdad de oportunidades. No existe para convertirse en el salvavidas de plomo de los productores.

Cuando el estado fue una carga para la producción, la revolución francesa le respondió con la guillotina, la rusa con el fusilamiento, nadie podrá saber a ciencia cierta si la mayoría de la población de ambas naciones coincidían o no con los hechos, lo cierto es que el sector productor que pagaban con su esfuerzo el costeo de esos estados se cansó y actuó.

Hoy, los productores responden con el cuidado de sus ahorros y con la elusión fiscal ─materia fundamental para recibirse de contador público en nuestro país─. A esa acción que muchos llaman fuga de capitales, a mí me gustaría llamarla autoprotección de intereses propios.

El gobierno anterior se preocupó de plantear este tema en sus propuestas de campaña pero después, ya en gobierno, ni siquiera se ocupó de comenzar con el debate; el actual, quiere acentuar el problema aumentando la presión sobre la producción para sostener la no producción. A todos les diría que recuerden que los pueblos hacen tronar el escarmiento.

No es excusa proteger a los más postergados, porque deberíamos ponernos de acuerdo en la causa de esa postergación. También deberíamos aceptar que hace 45 años nuestro país tenía 5% de pobreza y no tenía indigencia. Es decir que la pobreza de hoy ha sido generada por nuestra generación de dirigentes.

La economía argentina desde hace más de 45 años ha dejado de preocuparse por el crecimiento exponencial del sector no productivo, que abarca desde el mal estado, burocrático e inútil, hasta confundir la necesaria sustitución de importaciones de la primera mitad del siglo pasado con una inútil defensa de la «industria nacional» de ahora.

Abandonamos el desarrollo territorial distribuyendo los impuestos provenientes de la producción, generando una clase política y dirigencial desligada del desarrollo tanto regional como nacional, ocultando esa decadencia en estadísticas de crecimiento del PBI, índice inútil para medir el progreso. Si crecen la cantidad de empleados improductivos, crece el PBI, si crecen los presos y la prisiones, crece el PBI.

Los gobernadores de las provincias deficitarias luchan por recursos para sostener sus inútiles estados mientras su industrias regionales se convierten en cementerios de máquinas.

Necesitamos debatir qué es productivo en nuestro país y qué no lo es. De esa manera podremos planear una política impositiva progresiva y una política monetaria que proteja a los que producen. De esa manera se podría impedir que los capitales se vayan y hasta, posiblemente, atraer los que se fueron.

Para que las cosas tengan un valor razonable debemos proteger a los que las producen y desalentar a los que, con su actividad, cargan costos a las cosas y las hacen tener un valor que no tienen.

Proteger ensambladoras puede o no ser una política progresista y dependerá de muchos factores, pero la principal debería ser la del precio al cual llega ese producto ensamblado a manos de los consumidores. Si el precio es mucho más elevado que del valor internacional, ese emprendimiento es malo, porque orada el ingreso del pueblo en su conjunto y enriquece a empresarios no productivos y a Estados que se distraen de proteger a quien deberían.

En definitiva, todo sigue igual, nada parece haber cambiado y eso determina que la decadencia seguirá su curso.

La única acción que debemos alentar es la de la unión de los productores; dentro de este universo conviven los trabajadores, empresarios y servicios ligados a las actividades que generan renta para el país.

Todavía hay tiempo, pero no mucho. Pronto serán más lo parásitos que vivan de la producción que aquellos que la produzcan, ese será el momento de esperar el tronar del escarmiento como única salida.

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