40 años de desvarío, análisis político de Hugo Flombaum

OPINIÓN

50375802637_b4cf4e7eac_c
Regreso a la democracia en 1983 / Foto: Víctor Bugge

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 5 minutos

Terminada la oscura etapa de las dictaduras militares la democracia irrumpe con una fuerza y una mística cuyo logro fundamental fue el de borrar a los golpes militares como opción. No es poco, sepamos valorarlo.

Estas cuatro décadas también dejaron como efecto no deseado la indiferencia respecto de lo público y la ruptura de la relación del ciudadano con la política, expresado en la abstención a la participación en las elecciones.

Si nos concentramos en encontrar la razón de esta situación que ha puesto a la democracia en peligro, pero no de un golpe, en peligro de extinción por falta de expectativa y credibilidad, puede ser que comencemos a resolver los problemas.

Miremos las estadísticas puras, como estábamos en 1983 y ahora.

Había una clase rica con una enorme participación en la renta nacional.

Los trabajadores contaban con un ingreso que les permitía acceder a la educación pública, a la salud, al turismo vacacional y a aspirar para sus hijos un progreso en la escala social.

Una pobreza que no superaba en el conurbano bonaerense el 22%.

Cuatro décadas después tenemos más concentración de la riqueza, los trabajadores no gozan de la educación pública de calidad para sus hijos, la salud ya sea de las obras sociales o pública está quebrada, el trabajo formal no alcanza a cubrir el mismo nivel de vida que entonces.

La conclusión es fácil de obtener, estamos ante la más extraordinaria transferencia de recursos desde el sector de los trabajadores hacia la burocracia estatal, consultoras y toda intermediación parásita del estado.

Los ricos son más, los pobres son más, los trabajadores se incorporaron a la informalidad o a la pobreza.

Esa y no otra es la crisis de la democracia. Por suerte no hay alternativas de atajo como el siglo pasado, pero si bien la salida hoy es menos violenta, las consecuencias son iguales o peores.

La política en aquellos años era vocacional hoy es profesional.

Pegábamos los carteles de noche y pintábamos los paredones. Hoy son empresas mercenarias. Las campañas las hacíamos con la creatividad de la militancia, hoy son empresas que cobran millones.

Los estados tenían una planta de personal permanente profesionalizada y una planta transitoria política pequeña que se iba cuando el que los nombraba se iba. Hoy se acumulan y generamos un estado ineficiente y estafador, cargados de contratistas que coimean para ingresar a ser parte de la estafa.

No hay relación entre el costo de cada obra y el precio pagado. No resiste la más mínima comparación con obras semejantes en moneda dura. La inflación oculta la estafa.

La más importante obra pública de este gobierno será el gasoducto, ahora llamado Néstor Kirchner, antes Neuba 3, que nos costará muchísimos dólares más que si se hubiera hecho en tiempo y forma y contratado en la moneda que se pagó en su gran parte, en dólares.

Esa diferencia, como la de los estúpidos subsidios a Tierra del Fuego y la de impuestos cobrados sólo para sostener la burocracia inútil y tantas otras ineficiencias es la que no permite pagar salarios dignos.

Salarios a docentes que garanticen la enseñanza, a los médicos que abandonan los hospitales porque ven que un chico en una moto gana más que él.

Podremos hacer muchos planes, pero el primero debe ser retrotraer esa enorme transferencia. Cada gasto del estado debe ser más barato que si lo hiciera un privado, por la sencilla razón de que se usa dinero público.

Sin honradez no habrá democracia. Con honradez no habrá zánganos que chupen la sangre de los trabajadores, porque fueron ellos los que pagaron la fiesta.

La hipocresía de los políticos es la que alejó de ella al común de la gente. A aquellos que cantamos el himno en 1983 cuando cerrábamos los primeros comicios luego de la dictadura.

Pregunto, ¿a quien le van a echar la culpa? A los medios de comunicación, a los empresarios concentrados, a los productores del campo, señores sólo hay un conjunto de culpables, todos los que administraron el poder administrativo en el curso de estos 40 años.

No perdamos más tiempo en buscar culpabilidades, sólo poniendo orden en los gastos públicos, devolviendo a la comunidad aquello que la comunidad puede y debe hacer sin participación del estado y desprofesionalizando la política recuperaremos la credibilidad necesaria para retomar el camino virtuoso.

No miremos al costado, no nos hagamos los distraídos. Todos los que participamos de la cosa pública somos culpables hasta que demostremos lo contrario.

La crisis no es nuestra sola, pero es la que nos duele y a la que debemos enfrentar

¡ARGENTINOS A LAS COSAS!

Otro artículo escrito por Hugo Flombaum: Rechazo o Responsabilidad

Deja un comentario