Recuperar la libertad, escrito por Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Foto: Dirección Nacional Electoral (Presidencia de la Nación)

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 6 minutos

Podríamos definir a la política de varias maneras, como ciencia, o como actividad, que intermedia entre lo público y lo privado, pero en nuestro país se ha convertido en un sujeto, una institución en sí misma.

Los empresarios, los periodistas, la gente en general se refieren a «la política» como a algo ajenos a ellos mismos.

Nada más lejos de la necesidad en estos momentos en los cuales los cambios culturales y de relaciones son extremos y la política como articuladora de esos cambios necesita de mayor participación y representatividad.

Pero claramente y por muchas causas la conducción de la cosa pública ha quedado en manos de profesionales que como único límite tienen el de la obligación a someterse a exámenes periódicos para su control de gestión.

Esos exámenes llamados elecciones han reemplazado a el arte de la ciencia política que garantizaba la representación en cada estamento de la sociedad. Esos exámenes se representan en una foto de un día sin ningún control social en el día después.

Occidente está en convulsión por muchos temas estructurales, la mala distribución de la riqueza, inmigración de regiones pobres a ricas, estados debilitados ante los poderes globales. Nuestro país se diferencia porque su decadencia es propia, no es sistémica. Es casera.

En nuestro país la sociedad, los poderes económicos y la dirigencia política actúan por separado como si fueran actores independientes esto generó que la economía se convierta en una actividad de renta y no de desarrollo.

Los habitantes de nuestro país nos hemos convertido en verdaderos rehenes de dos actores que nos impiden ejercer nuestra libertad para educarnos, trabajar, ahorrar y progresar en familia.

Por un lado, el estado cooptado por una dirigencia que utiliza los recursos del pueblo para sojuzgarlos a través de la beneficencia.

Por otro los poderes económicos ligados a ese estado prebendario en complicidad con los sindicatos que impiden acceder a un trabajo digno por barreras creadas para proteger sus intereses.

Es imprescindible recuperar la libertad para recomponer las relaciones institucionales. Para ello la política debe recuperar la capacidad de representar a los ciudadanos en su verdadera dimensión.

Las elecciones que se avecinan demostrarán el enojo y la distancia entre esta institucionalidad y el pueblo.

El tema es que se mezclarán el castigo al gran culpable, el actual oficialismo, con el castigo a los supuestos opositores que, como partícipes necesarios del desastre causado a nuestro país, serán igualmente castigados.

El no voto será un protagonista. Debemos comprender que esa protesta no lleva a ningún cambio ni obliga a nadie a tomar otro camino.

Han aparecido oportunistas que con el verso de oponerse a todos no han construido nada que pueda garantizar algo diferente.

No es administrando el gobierno desde las alturas del poder como se modifica el rumbo. Es construyendo una representación desde cada barrio hasta la casa de gobierno como se puede garantizar algo diferente.

Claro, eso lleva tiempo, por eso hoy necesitamos una conducción de emergencia que gane la credibilidad necesaria para lograr la participación ciudadana en cada acción colectiva de la comunidad.

Debemos ser conscientes de que esa oligarquía gobernante ha sabido, a través del manejo del dinero público, generar una red de «ganadores» expresados en diferentes corporaciones, empresas prebendarias, contratistas de obra pública, abastecedores de productos y servicios, sindicatos de esas mismas actividades, millones de empleados públicos y sus sindicatos.

Es condición necesaria que, para comenzar un proceso de reconstrucción de la representación genuina, los que nos gobiernen no sean cómplices de estas corporaciones.

Esa es la búsqueda de esta elección.

Se me ocurre expresar algunas pistas que nos pueden ayudar a elegir.

Si alguien nos dice vamos a entregar, vamos a dar, vamos a otorgar, sepamos que eso es mentira. Porque lo hacen con nuestra plata, no con la de ellos. Ellos no pueden dar, ni otorgar nada.

Si alguien se compromete a administrar los recursos públicos con el objetivo de facilitar la acción comunitaria que permita el acceso a una vida digna a través del trabajo, garantizando la educación, la salud y la seguridad, escuchemos por ahí dice la verdad.

No es el Estado el que debe dar trabajo, vivienda, servicios. Es el Estado el que debe promover y facilitar a la comunidad a lograr esos objetivos articulando los intereses públicos con los privados.

La necesidad de financiar estas reformas hace que cambiemos de canales en la búsqueda del dinero.

Un comienzo será el de hacerse merecedor de la confianza de los argentinos que supieron resguardar sus ahorros ocultándolos de las aves de rapiña que administraron los recursos del conjunto.

No es necesario que busquen «inversores», con solo ganarse la confianza de los argentinos que tienen ahorros sobra.

Si nuevamente convocan a «inversores» sepamos que solo los que vienen a buscar retornos anormales acudirán, porque creer a nuestro país, que es un estafador reconocido, es de dudar, solo obtendremos dinero de aquellos que se creen más estafadores que nuestros gobernantes a costos imposibles de pagar.

Argentina, y lo sabemos todos, tiene todo para ser un país próspero, no por una genialidad, sino porque lo fuimos hasta hace 50 años.

Pedirle a un joven que escuchó a su abuelo hablar de la estafa del Rodrigazo, o a su padre de las hiper inflaciones continuas, o del 2001, es pedirle que descrea de su familia y crea en un relato con fines inconfesables.

Pedirle a un joven que crea que un país que le dio educación y salud a sus abuelos y ahora no lo hace con él, es pedir algo imposible.

No es momento de pedir, es momento de recuperar la libertad de ser.

¡ARGENTINOS A LAS COSAS!

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