Oíd Mortales, análisis de Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Foto: pxhere.com

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 4 minutos

Libertad, libertad, libertad. Ese es el grito de una parte del pueblo expoliado por un estado estafador.

No es una parte cualquiera, no se divide por clases, no se divide por provincias, no se divide por partidos políticos o supuestas ideologías. Solo es un grito desgarrador de libertad.

Es el grito de los rehenes de un sistema que no tiene posibilidad de continuar. Un sistema que encontró su final por agotamiento, no por una alternativa.

Ya vivimos una situación igual en 2001, pero el sistema no estaba agotado. Rodríguez Saá propuso nada más ni nada menos que derogar toda la legislación argentina a un plazo determinado. En ese plazo se debía revisar el digesto y resolver el entramado de leyes que protegían a un entretejido de intereses corporativos.

Duró una semana.

Hoy una mayoría del pueblo argentino grita, basta, queremos libertad. Ahora bien ¿estamos preparados para ejercerla?

Las instituciones argentinas carecen de representatividad. Sin una capilaridad dirigencial representativa, que llegue desde el poder hasta el último barrio, recuperar la libertad será un salto al vacío.

El grito no supone la conciencia de lo que significa el reclamo. Debemos recoger el mazo y repartir de nuevo. Pero eso supone un proceso de rearmado que requiere de instituciones que no tenemos.

El pueblo ha sido secuestrado por un entramado de corporaciones, empresarias, profesionales, sindicales que han sido secuestradores hábiles, mientras cobraban el rescate, usaban parte de lo obtenido para alimentar, consolar y engañar con espejismos a sus secuestrados.

El problema que tienen los secuestradores es que se les acabó la posibilidad de cobrar el rescate. Los que se lo daban se cansaron de pagar, o les resultó caro y se llevaron el dinero. Lo que los secuestradores llaman fuga, en realidad es la decisión de no pagar más.
Los rehenes que ya no reciben ni la comida ni los espejitos de colores gritan, libertad, por no saben que cuando salgan libres deberán hacerse cargo de ella.

La libertad supone que no recibirán la comida, no habrá leyes que protejan supuestos derechos que en realidad suponían regulaciones que daban de comer a empleados públicos innecesarios, abogados y jueces.

Existen millones de empleados de los secuestradores que se deberán quedar sin trabajo, porque es improductivo e inútil, ellos también son rehenes, pero no lo saben.

Si se reparten los fondos que las estructuras de los ministerios consumen en las actividades que supuestamente regulan, todo se haría más productivo. Pero para eso los rehenes deben asumir su libertad y construir los mecanismos que lleven a ejercerla.

La estructura de representación no es burocracia, la estructura de representación es el canal por el cual transitan necesidades y soluciones. Esa estructura no debe suponer más burocracia que la mínima necesaria.

La representación no supone un estado hacedor, supone un estado servicial y facilitador que impulse, ayude, asista a la iniciativa privada y al ahorro privado a realizar todo aquello que la comunidad necesite para su desarrollo como sociedad.

No será desde la cúpula como se logre, será en la necesaria combinación de una conducción eficaz que sea capaz de llevar adelante el proceso de recuperación del libre albedrío que todos reclamamos pero que debemos aprender a asumirlo.

Estamos en momentos decisivos, lo viejo no tiene posibilidades de continuar, no hay nada nuevo construido, sabemos que queremos, pero necesitamos saber como y con quien hacerlo.

Si elegir una conducción supone que esta finalice siendo un grupo de iluminados que sabe lo que queremos, pero no tiene con quien hacerlo ni como hacerlo, se convertirá en una nueva frustración.

La pregunta en ese caso sería, ¿está nuestra comunidad en condiciones de absorber un nuevo fracaso?

En el caso de que eso no fuera posible, el camino hacia la disolución parece una condena.

Hagamos un llamado a los que pretenden tomar la conducción de nuestro país a que comprendan que la responsabilidad a la que aspiran no puede ser una aventura, ni un desafío a los otros aspirantes, debe ser una vocación de servicio que asuma y comprenda la difícil tarea de conducir a millones de secuestrados a la libertad reclamada.

Otro artículo escrito por Hugo Flombaum: Recuperar la libertad

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