Año Nuevo, perspectiva de Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Foto: Casa Rosada (Presidencia de la Nación)

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 6 minutos

Finalizó un horrendo 2023 comienza un año que, como venimos muy mal, por reacción puede ser un poco mejor.

No me refiero sólo a nuestro país. Me refiero en principio a la lucha de intereses que han llevado al mundo al borde de una catastrófica guerra global con las consecuencias que ese tipo de sucesos contiene.

Ya lo de Ucrania fue algo que no debió suceder, pero lo hizo, finalizó el año con otro desvarío, sobre una inconsistencia como es la de plantear la inexistencia de una nación y la reacción agresiva sobre un pueblo, Israel y el pueblo judío, el conflicto de medio oriente.

En octubre un ataque terrorista atroz, cuyas consecuencias eran sabidas antes de que sucedan, han llevado al mundo a una tensión muy peligrosa.

Cuando ahora vemos los ataques en el mar Rojo todo se vuelve más claro, ese mar representa la ruta por la que transita gran parte del comercio mundial.

Mi expectativa es que 2024 sea el año de la sensatez, que China y EE. UU. logren, lo que en un momento fue la antesala del fin de la Guerra Fría del siglo pasado, una coexistencia pacífica que ordene la competencia comercial y tecnológica entre las dos potencias de la primera mitad de este siglo.

Hay indicios de que eso pueda suceder.

Vayamos a nuestro país, son muchos los que creen que el proceso que desembocó en el arrollador triunfo de Milei es comparable con el de Menem. No comparto esa comparación. Son muchas las diferencias, la principal es que entre Alfonsín y Menem hubo una continuidad institucional que hoy no puede haber.

Tiendo y no en lo ideológico, pero si en su génesis a comparar este proceso con el que representó Perón en la segunda mitad del siglo pasado.

Argentina luego del fraude patriótico no tenían solución de continuidad alguna. Ni la sociedad, ni la economía, ni las instituciones podían continuar con el proceso inaugurado en 1930 con el golpe a Hipólito Yrigoyen.

Perón vino a representar desde las instituciones, con elecciones libres la irrupción de un «outsider» que se llevó puesto a todo lo existente.

El éxito o el fracaso de este proceso, me refiero al actual, dependerá de que los referentes positivos, que los hay, puedan ejercer un apoyo inteligente, véase que no digo oposición inteligente, no hay espacio para eso, porque no hay espacio para retornar a un proceso finiquitado como el que representó el kirchnerismo.

Argentina se debate en una lucha, que es entre la institucionalidad de la corrupción, lo que representó el sector que se adueñó del aparato justicialista, con la complicidad de un sector importante del empresariado prebendario, con la participación de parte de lo que representaba a la supuesta oposición cómplice y el renacer de una argentina productiva.

Si los bienintencionados caen en la trampa de conformar un bloque «opositor» que emule lo que fue la Unión Democrática, Argentina perderá lo posibilidad de capitalizar la fuerza que representa Milei como reacción a la corrupción sistémica que vivimos en los últimos 25 años.

No me voy a detener en analizar ni el DNU, ni la ley «ómnibus», que llamo tren de carga por su contenido. Si los analizamos desde la institucionalidad nos equivocamos.

Es su contenido el que debemos estudiar, seguramente adolece de errores, pero como toda reacción tiene el impulso virtuoso de romper un status quo intolerable.

La regulación es algo inherente a la equidad pero cuando un sistema, el capitalismo en este caso, está demostrando que es incapaz de ejercer la regulación con transparencia y honestidad se convierte en la herramienta de la injusticia y la opresión.

Propongo que todos aquellos que supimos participar de la política argentina con la simple intención de hacer el bien común, más allá de las ideologías, pongamos nuestro esfuerzo para capitalizar el 56% de los votos de noviembre del año pasado, que se representaron en alguien que, como todos, representará sólo un momento de nuestra historia.

Insisto en algo que repito en mis aportes, el problema de nuestro país no es económico, no es cultural, es político. Si no logramos recuperar la capacidad de que la política sea lo que debe ser, una actividad proba y respetada por el conjunto, no habrá salida posible.

Las diferencias son necesarias, no hay lugar a los sistemas centralizados en nuestra cultura, repito lo que ya dije muchas veces para ser Rusia, para ser China, para ser Medio Oriente (exceptuando Israel) se necesitan rusos, chinos o árabes. No somos ninguno de ellos, somos occidentales y crecimos en el disenso nunca en la centralidad del poder.

Viviremos momentos muy difíciles, me anima a pensar que podemos tener éxito solo por una situación, y vuelvo a la comparación con la década del 45 al 55 del siglo pasado. Como en aquellos momentos los expulsados del sistema somos la mayoría.

Como en aquel momento, hoy, transversalmente, una mayoría que se expresó en las urnas se compone de humildes, de ricos, de espacios de la cultura y de la producción hemos decidido romper con un sistema acabado.

Un comentario, y no menor, si el sector de la producción de la bioeconomía entiende que esta es la oportunidad de ser parte del poder institucional y no comete el gran error que cometió de separarse de la lucha por el poder político como lo hizo en 1945, ganaremos algo tan preciado como que el poder económico productivo no sea un espectador de la política sino un actor e importante como nunca debió dejar de serlo.

¡¡Vamos por ello!!

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