OPINIÓN

*Escribe Mariana Gonzalez, especialista en Computación Científica, Fac. Ciencias Exactas UBA. MBA, ITBA.
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El Acuerdo de París, tratado internacional sobre el cambio climático jurídicamente vinculante, se firmó hace ocho años y entró en vigencia hace siete, 193 países más la Unión Europea se comprometieron a reducir sustancialmente las emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el aumento de la temperatura global en este siglo a 2 °C y esforzarse para limitar este aumento a incluso tan solo 1,5 °. Lograrlo es imprescindible para frenar el derretimiento de los polos y su consecuente alza del nivel del
mar y para evitar eventos climáticos extremos y la perdida de la biodiversidad.
Entre los 193 países, 55 de ellos eran los responsables por más del 55% de las emisiones globales de gas de efecto invernadero. Actualmente, China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón son los más contaminantes, con más del 60% de las emisiones. Si comparamos, teniendo en cuenta las emisiones per cápita, siguen siendo primeros los países de la península arábiga.
Sin embargo, lo que se está haciendo es muy insuficiente para limitar el calentamiento global a 1.5° o incluso a 2°.
Algunos países están haciendo esfuerzos considerables y logrando resultados y no solo declaraciones de compromisos a futuro. Portugal es el primer país que funcionó seis días con 100% de energía producida de forma eólica, hidráulica y solar y este año va a conseguir neutralidad cero en emisiones. Mucho también están haciendo los países escandinavos, Nueva Zelanda, Costa Rica, Islandia. Lamentablemente son países que tienen poca participación en el total de emisiones.
Para poder cumplir esas metas se necesita, especialmente, reemplazar las energías fósiles por energías renovables. Y aquí aparece una gran traba, uno de los elementos que se necesitan para la mayoría de las opciones de reemplazo son las llamadas «tierras raras».
Las tierras raras no son tierras, son elementos químicos (escandio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio) llamados «raros» porque es difícil encontrarlos en estado puro, aunque en algunos lugares del mundo existen importantes depósitos.
Tienen mucho que ver con la producción de energías limpias, especialmente en baterías, imanes de los generadores eólicos, iluminación, motores eléctricos, células fotovoltaicas y tecnología en general. Son elementos claves para la transición energética.
Para 2040 la demanda de tierras raras va a alcanzar de tres a siete veces los niveles actuales, según la Agencia Internacional de Energía, por lo que para cumplir el Acuerdo de París, se requiere cuatro veces la producción actual. La oferta está planificada a, solamente, el doble.
China es el gran productor de estas «tierras» y supo armar un monopolio de las mismas. Producía más del 90% de este recurso tan valioso pero, bajó al 70%, por el incremento de la cuota de producción de tierras raras que experimentaron Australia, Vietnam y Myanmar, entre otros países (Fuente: Servicio Geológico de Estados Unido). Otros países con depósitos de esas tierras son Canadá, Brasil, Tanzania y EE. UU. con pequeña participación.
Pero, China, además, tiene el control casi total del proceso de producción de las mismas con el 90% del mercado total. Ese proceso de extracción y refinamiento es altamente costoso, tóxico, genera importantes cantidades de residuos contaminantes del medio ambiente y altas emisiones de gases de efecto invernadero por su alto consumo energético, por lo que, originalmente, Estados Unidos dejó en manos exclusivas de China esa producción, enviando las tierras raras de sus depósitos a China para su procesamiento y no desarrollando esa industria. Para proteger el medio ambiente lo destruimos primero.
Actualmente, la Unión Europea importa el 98% de lo que utiliza a China. Estados Unidos el 74%.
En diciembre pasado, Xi Jinping restringió la exportación de algunas de sus tecnologías de procesado de las tierras raras. No deja de ser una respuesta a acciones estratégicas geopolíticas de Estados Unidos y sus aliados.
Estados Unidos, los países europeos, y, en general, los países productores de tecnología están intentando acortar esa dependencia con China.
Uno de los caminos es fortalecer la investigación para reemplazarlas por elementos más comunes. Tesla, por ejemplo, confirmó, pero no dijo cómo, que su próxima generación de motores eléctricos no va a utilizar tierras raras.
Otros caminos emprendidos son alianzas entre ellos: Japón con Australia, Estados Unidos con Estonia, Canadá con Noruega, para compartir los recursos de cada uno, uno provee materiales, otro procesa.
Se está desarrollando, también, el reciclaje y reutilización de las mismas.
La unión Europea tuvo una excelente noticia, la compañía minera sueca LKAB anunció haber encontrado el mayor depósito de tierras raras de la Unión Europea, que proveerá una «parte sustancial de las necesidades europeas» y que «muestra que hay hallazgos importantes para la transición verde», en el yacimiento llamado Per Geijer, en el norte del país. Pero, pueden necesitarse más de diez años para comenzar su explotación. «La electrificación, la autosuficiencia de la UE y su independencia de Rusia y China empezarán en la mina», afirmó la ministra sueca de Energía, Ebba Busch.
China no frena su desarrollo, comenzó a excavar un pozo de 11 kilómetros de profundidad en Taklamakán, situado en la región autónoma uigur de Xinjiang, en el noroeste del país, para hallar más recursos minerales y energéticos. Wang Chunsheng, experto técnico del proyecto dijo que perforar un pozo de más de 10.000 metros de profundidad es un «intento audaz de explorar el territorio desconocido de la Tierra y expandir los límites del entendimiento humano». El más profundo es el de Kola, en Rusia, que tras 20 años de excavación alcanza los 12.262 metros.
También, China se está acercando a los países latinoamericanos y africanos, potencialmente ricos en minerales pero pobres en su desarrollo, invirtiendo en la compra de yacimientos existentes y áreas de interés para su exploración.
Y, por último, otra clave geoestratégica, esas tierras raras son imprescindibles para el sector de defensa: dispositivos de visión nocturna, armas de precisión, drones, satélites, sistemas de navegación y comunicación.
*Mariana Gonzalez
Computación Científica, Fac. Ciencias Exactas UBA
MBA ITBA
Empresaria en Argentina y Uruguay en empresas de tecnología.
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