¿Quién pierde, quién gana? análisis político de Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Foto: Gaby Lopez fdrom pexels.com

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 6 minutos

Vale la pena reiterar datos de nuestras crisis cambiarias. Todos los sabemos, pero para refrescar la memoria más lejana recurro a un artículo de la revista El Economista.

«Recuerda que, en 1827, el peso se devaluó en 33.2% y perdió otro 68% en 1829. Hubo otra devaluación de 34% en 1838, de 65,5% en 1839, de 95%, en 1845 y de 40%, en 1851. Para no hacer el cuento largo, hubo crisis cambiarias en 1938, 1948, 1949, 1951, 1954, 1955, 1958, 1962, 1964 y 1967. En 1971 hubo una nueva crisis, cuando el peso fue devaluado en 116.8% y la inestabilidad económica en Argentina se agravó después de 1974, pues la inflación ascendió a 444% en 1976. Esta recurrencia de las crisis tuvo un impacto negativo en el crecimiento: el ingreso per cápita cayó a una tasa anualizada de 1.7% entre 1975 y 1985».

De ese año en adelante todos recordamos lo que pasó. Se cree que las recurrentes crisis eran motivadas por motivos económicos, creo que no es así, los motivos son políticos.

Argentina una nación no nata que nunca pudo resolver su configuración política escondida falsamente en antinomias creadas por intereses. Interior vs. Buenos Aires, campo vs industria, mercado interno vs exportaciones, conservadores vs radicales, peronismo vs antiperonismo, militares vs civiles, etc. podríamos seguir enumerando antinomias que son parte de nuestra historia pero que ninguna resolvió los problemas de diseño de nuestra nación.

El diseño del poder político en nuestro país, nunca se correspondió con el poder económico de cada sector, pasamos de una oligarquía agroexportadora del siglo XIX a un poder en manos de los inmigrantes europeos al comienzo del XX con el Yrigoyenismo y luego al poder industrial-sindical de la sustitución de importaciones del fin del siglo pasado.

Nunca nuestro país albergó a todos los sectores de poder en sus instituciones, como si lo hacen Uruguay y Brasil. Eso ha generado inestabilidad institucional y colapsos económicos.

En general esos colapsos terminaban con una devaluación de la moneda que tienen siempre los mismos ganadores y perdedores.

Los ganadores son aquellos exportadores que tienen deuda en pesos, o que tienen stocks generado en pesos que los revalúan y logran supuestas ganancias, los especuladores que compraron dólares baratos y luego los venden al nuevo precio devenido de la devaluación.

Los perdedores los asalariados, los empresarios que habían lanzado planes de inversión en función de flujos de fondos que se devalúan, los ahorristas en pesos, es decir la gran mayoría del pueblo.

La pregunta es porque después de las repetidas experiencias se pretende nuevamente solucionar los problemas de una minoría con el aumento de la pobreza y la miseria de la mayoría.

Todos sabemos que la lucha debe ser contra los impuestos regresivos, contra los gastos inútiles del estado, contra los especuladores, contra los productores de bienes y servicios caros y de calidad dudosa, protegidos por un estado cómplice con prebendas, subsidios y protecciones que pagamos todos los argentinos.

Fueron muchos los intentos en nuestra historia por fortalecer el poder político ante el poder de los intereses particulares, pero siempre ganaron estos últimos. Así fue como se degradó la política perdiendo la capacidad de representar a los ciudadanos. Así fue como los intereses particulares corrompieron la política y a la asociaciones civiles.

Estamos ante una oportunidad, un outsider, no político, supo interpretar la desesperación de un pueblo. Inició un proceso de saneamiento de nuestro estado estafador, una lucha sin cuartel contra la inflación, verdadero cáncer para la mayoría del pueblo y una reforma de nuestro sistema regulatorio caro e inútil.

El costo es tremendo e injusto, siempre lo pagan los que menos tienen, cualquier camino hubiera terminado con el mismo costo, con la hiperinflación como pronóstico. Devaluar la moneda en este contexto es volver al punto cero del camino ya recorrido. No permitamos que los ganadores de siempre ganen nuevamente, Deben perder, aunque no lo merezcan, porque lo otro sería retroceder.

Cualquier opción, aun la esperada por una importante cantidad de argentinos, que anhela el desarrollo económico y social justo, deberá partir de los preceptos macroeconómicos ordenados, que permitan una economía sin inflación y con sanidad en las cuentas públicas.

Reformar el sistema político sigue siendo la materia pendiente, recuperar la representación desde el municipio hasta las instituciones nacionales es el camino.

Elecciones municipales separadas de las provinciales y nacionales sería el comienzo de una nueva política.

La participación de todos los sectores económicos en la política es otra condición necesaria para que los intereses se resuelvan dentro de las instituciones y no a costa de ellas.

El desafío es no hacer lo mismo sino todo lo contrario a lo que hicimos los últimos 50 años, período en el cual la pobreza no paró de crecer.

Estado servicial y barato, menos impuestos, más trabajo productivo, menos especulación, más productividad, incorporación de tecnología para incluirnos en el mundo económico.

Encarar desafíos abandonados desde hace 100 años como el de poblar nuestro interior. Colonizar tierras improductivas, generar desde la bioeconomía la producción que nuestros recursos nos permiten desarrollar. Extraer las riquezas de nuestra tierra y aprovechar nuestros hermosos paisajes para compartirlos con la industria de mayor crecimiento desde la pandemia, el turismo.

La industria debe ser parte de nuestro desarrollo, no ser un salvavida de plomo. Debemos competir con calidad y precio, Para ello mejores puertos y servicios competitivos, Recuperar el ferrocarril, construir los canales fluviales que aprovechen la caída de las aguas de oeste a este y de norte a sur.

Tanto para hacer, que preocuparse por la caída de industrias que han sido sostenidas por el esfuerzo del pueblo y castigado con mala calidad y alto precio, en nombre de una independencia que terminó en la mayor dependencia de nuestra historia, es por lo menos hipócrita.

Hoy la antinomia es pasado o futuro. Ninguna otra.

Otro artículo escrito por Hugo Flombaum: Superpotencias vs. superempresas

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