Un país cortesano, escribe Hugo Flombaum

OPINIÓN

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Presidente de Argentina, Javier Milei, en el Congreso / Foto: Secretaría de Prensa (Presidencia de la Nación)

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 6 minutos

Argentina, la nación no nata, es un país cortesano. Muchos creen que la política es la culpable, cuando en realidad es la consecuencia. Como se dice vulgarmente los políticos argentinos no nacen de un repollo, son la expresión de la organización institucional de nuestro fracasado proyecto nacional.

El proceso que hoy estamos atravesando no es consecuencia del triunfo de una nueva propuesta. Es la consecuencia de ese fracaso.

Pero si no diagnosticamos por qué fracasamos nada modificará el rumbo de destrucción de una sociedad que quiso ser, latinoamericana, europea y tomar a los EE. UU. como ejemplo, todo a la vez, una mezcla muy difícil de lograr.

Todas las instituciones de nuestro territorio se constituyeron en una corte del rey del momento. Lo fue con Roca con Yrigoyen con Perón con los militares del momento con Alfonsín con Menem y con los Kirchner.

La prensa, los empresarios la justicia y las organizaciones civiles de segundo orden (sin territorio) construyeron una relación basada en la complicidad que tejió una telaraña de intereses, controversias, actividades que eran endógenas y por consiguiente convirtieron al pueblo en espectadores y rehenes de sus acciones.

Hoy esa telaraña se quedó sin araña. La que ocupó el espacio de la araña es alguien de otra especie que no pretende tejer en ese espacio. Con el tiempo veremos si el nuevo es mejor o peor, lo que sí sabemos es que es distinto. Eso es lo que el pueblo buscó.

Cuando suceden esos terremotos políticos, que en la historia de la humanidad fueron muchos, lo primero que sucede es la ruptura con lo viejo para luego comenzar la construcción de un nuevo escenario con las dificultades lógicas de lo nuevo sin muchos antecedentes.

Pasó con cada terremoto político de cada nación que decidió cambiar de rumbo. Veamos la historia de Luis XVI y María Antonieta o al Zar Nicolas. Días antes de ser ajusticiados los rodeaba una corte que vivía sin comprender la realidad.

De lo único que estamos seguros es de que para atrás no hay posibilidades ni siquiera de mirar. Con la vista al frente deberemos participar del nuevo proceso.

La primera consecuencia que afrontamos es la decisión, parece inquebrantable, del retiro del estado de los espacios económicos, sociales, culturales que había ocupado.

Esta nueva situación podemos verla de dos muy distintas perspectivas, o nos sentimos abandonados y sin destino o nos sentimos libres y con todas las posibilidades de construir sin tutela nuestras instituciones. Las cuales resolverán cada una de nuestras necesidades.

Si logramos encausarnos en esta última opción el camino será arduo pero constructivo.

Existen naciones que optaron por el camino de que sea el estado el hacedor. Pero en esos casos era el estado el dueño y responsable de sus acciones.

Aquí se desarrolló una propuesta rara, la propiedad de los negocios y de los espacios territoriales ocupados eran y son privados y el estado decidía qué debíamos hacer con ellos sin correr otro riesgo que el de perder el cargo para ser sustituido por otro gerente.

El resultado fue desastroso, y la consecuencia fue que alrededor de cada nuevo príncipe se constituía una nueva corte de acuerdo con su orientación. Así era como había ganadores y perdedores dentro de la corte, pero en el pueblo solo perdedores.

En los últimos años perdimos la educación de excelencia que supimos tener, la salud pública admirada que construimos y la sociedad integrada que garantizaba una convivencia en la cual un hecho de inseguridad era lo raro.

Los empresarios medianos y pequeños construyeron para poder sobrevivir una relación con la informalidad que convirtió a lo formal en informal.

Los trabajadores expulsados por las leyes laborales, los tribunales del trabajo y los sindicatos empresarios, son su acción, generaron una red de trabajo informal que hoy es enormemente mayor que el formal.

El futuro que tenemos por delante requiere que esa corte de amigos de lo ajeno sea disuelta. Para luego, cuando el pueblo recupere su libertad de hacer, de construir su hábitat, de restablecer el orden que supone organizar las iniciativas territoriales con emprendimientos privados y comunitarios para regenerar relaciones virtuosas, reconstruyamos una nueva institucionalidad.

A las provincias y a los municipios que recuperen su capacidad de incentivar con bajos impuestos, con infraestructura adecuada y con incentivos la iniciativa de la comunidad y a los privados a generar el desarrollo.

Las organizaciones de la sociedad civil sean las cooperadoras escolares, las sociedades de fomento, los clubes de barrio, las instituciones que abran, administren y protejan las casas de resguardo para las mujeres violentadas o abusadas, las organizaciones de protección al consumidor y los usuarios, etc. sustituyendo a las consultoras de la corte.

Así podremos sentarnos a pensar y proponer una nueva institucionalidad que recupere el prestigio de la política hoy abroquelada en las oficinas de la corte.

Nada será fácil ni sencillo. No lo fue para los franceses después de la toma de la Bastilla, no lo fue para los rusos luego del derrocamiento del zarismo ni para los norteamericanos luego de la independencia, Ni a los chinos después de la gran marcha.

Argentina debe generar un acuerdo con el consenso súper mayoritario que permita trazar el camino que garantice el nacimiento de la Nación.

Mientras los intereses se disfracen de ideas y las ideas sean bastardeadas por los operadores de turno no podremos construir una institucionalidad que permita que cada cambio de administración sea algo solo transitorio y que lo definitivo sea el curso trazado por esa mayoría que nunca pudimos construir.

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