Influencia italiana en Argentina, por Antonio Calabrese

OPINIÓN

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Foto: Unknown author

Escrito por Antonio Calabrese*, abogado constitucionalista, historiador, político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 13 minutos

Los historiadores argentinos no fueron lo suficientemente justos con la inmigración italiana y su obra, tanto en América en general, como en la Argentina en particular.

Basta recordar algunos nombres para advertir la significación de ese pueblo en estas tierras y en la integración del hombre nuevo, del hombre americano cuya historia empieza para la cultura Occidental en 1492 muchos siglos después que la del hombre europeo, asiático o africano.

Todos recordamos que fue un marino judío genovés llamado Cristoforo Colombo, quien el 12 de octubre de ese año fue el que arribara primero a este continente buscando las Indias y probando definitivamente la redondez de la tierra, idea que fuera sostenida en el siglo III (A de C) por Aristóteles y sostenida por Anaximandro de Samos en el siglo VI (A de C.) mientras que Eratóstenes de Cirene que había nacido en el año 276 (A de C) midió la longitud del meridiano terrestre en 39.700 kilómetros.

Pero recién se tomó dimensión de las mismas con los viajes y estudios de otro italiano, nacido en Florencia, llamado Américo Vespucio (Amerigo Vespucci), cuyo nombre se asoció para siempre en la designación del nuevo continente después de sus trabajos cartográficos, que así lo hacían conocer en el mundo.

Vespucio en un viaje realizado entre 1501 y 1.502 descubrió el Rio de la Plata antes que Juan Diaz de Solís como así también a nuestras islas irredentas, las Malvinas, mientras que fue otro marino italiano, Sebastián Caboto, el predecesor, el primero en adentrarse en nuestro territorio antes que los colonizadores españoles navegando los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay, fundando en la intersección del rio Carcarañá el fuerte Sancti Spiritu, que luego fuera exterminado por los indios originarios del lugar.

Podría decirse que, si bien el descubrimiento de América fue por disposición política de la Corona de los Reyes Católicos de España, el mismo se debió a la inteligencia, a los estudios y el trabajo de los marinos italianos.

Pero no solamente en la conquista del continente, sino también en la formación de la patria, para lo cual debemos recordar que tres de los seis vocales de la Junta de mayo de 1810 eran hijos de genoveses, como se llamaba a los originarios de la península itálica, porque era desde el puerto de Génova de donde habían partido, aunque no hubieran nacido allí, pero sin en la península…

Me refiero a Manuel Alberti y a Juan José Castelli que a su vez era primo segundo del más importante intelectual de la época el doctor Manuel Belgrano, cuyo padre era originario de Oneglia, también creador de nuestra bandera, sin olvidar a aquel gran agitador y revolucionario que fue Antonio Luis Berutti, también descendiente de italianos, hijo del Escribano Pablo Berutti, creador de la escarapela, primer símbolo distintivo nacional.

Téngase en cuenta que tres sobre una Junta de seis vocales representaba el 50% de su integración pero el numero se magnifica si se considera que en aquel entonces la población de Buenos Aires era de aproximadamente 40.000 personas y que la comunidad italiana estaba integrada solo por unas 800, es decir que suponían apenas el 2% del total de habitantes, pese a ello integraron el 50% de Junta y fueron creadores de los símbolos patrios como la bandera y la escarapela en colaboración esta última de Berutti y French.

La referencia es algo más que numérica porque eran, sobre todo de la mano de Belgrano, graduado de bachiller en Leyes y Abogado, habiendo estudiado en Salamanca y Valladolid, presidiendo en Madrid la Academia de Santa Bárbara, introductores de las ideas filosóficas vigentes en la Europa moderna de entonces, en las filas de los americanos. Las ideas de los neofisiocratas italianos, y más que nada de Antonio Genovesi, al abate Candiani y Gaetano Filangieri, que fueron los filósofos cuyos pensamientos influyeron decisivamente en la obra de los fundadores de la patria, como recuerda Juan Carlos Chiaramonte y podrían inferirse de las memorias consulares de Belgrano y del célebre Plan Revolucionario de Operaciones.

Se dice que en «La representación de los hacendados y labradores» de Mariano Moreno, hay párrafos enteros que pertenecen a Antonio Genovesi y a las ideas de Belgrano escritas en «el telégrafo Mercantil» que son atribuidas al pensamiento de Gaetano Filangieri.

En otro orden de cosas, y en lo institucional, podríamos recordar también que entre 1825 y 1826 se establecen el país Cesar Fournier, nacido en Livorno y José Félix Muratore, oriundo de Génova, que fueron los fundadores de nuestra Marina Guerra, después de las glorias de Guillermo Brown, sin olvidar que recordamos a seis presidentes constitucionales argentinos de origen italiano.

El primero de ellos fue Bartolomé Mitre que descendía de Ventura Demetrio, un marino italiano que vino a fines del siglo XVII al Rio de la Plata, habiendo sus hijos castellanizado el apellido como Demitre llegando así hasta sus nietos, que suprimieron el «De» para llamarse simplemente Mitre de apellido. No en vano Bartolomé Mitre fue el primer traductor del Dante y hablaba el italiano como su lengua originaria.

También castellanizó su apellido Giovanni Baptista Giusto, Juan Bautista Justo, que fue el padre o digamos de cuya familia descendieran dos primos hermanos, el Dr. Juan B. Justo, quien fundara el socialismo argentino y el presidente General Agustín B. Justo.

En aquel entonces era frecuente la castellanización de los nombres y apellidos, como, por ejemplo, en el campo de la política y la cultura recordamos a Giuseppe Ingenieri, José Ingenieros, que viniera a los 10 años desde Palermo Sicilia, y que fuera el primer secretario del Partido Socialista Argentino y uno de los fundadores de la filosofía y del pensamiento nacional.

Asimismo, el Dr. Carlos Pellegrini, hijo del arquitecto y pintor Carlos Enrique Pellegrini, que había nacido en la capital del ducado de Saboya, Chambery, cuya familia gobernante fuera posteriormente la casa real italiana, que se radicara en el país hacia 1826, fue un presidente al que la gloria no le es esquiva, habiendo sido el constructor de aquella Argentina, pujante y poderosa del Centenario, que en las estadísticas de entonces figuraba entre los 10 países más importantes del mundo.

El cuarto presidente constitucional argentino de origen italiano fue el General Juan Domingo Perón, descendiente del genovés Tomasso Marius Perron, un comerciante que llegó al puerto de Buenos Aires en 1827 quien se casó con una joven inglesa Ana Hughes Mackenzie con la que tuvo ocho hijos, siendo Tomás Liberato Perón el mayor de ellos y abuelo del presidente Perón. Fue a partir de esta segunda generación que decidieron cambiar el apellido por Perón, eliminando una erre y acentuándolo en la «o».

El Dr. Arturo Frondizi, fue el decimotercer hijo de julio Frondizi, nacido en Umbría que había llegado al país en 1890, quien asumiera la presidencia en 1958 fue el quinto, siendo Mauricio Macri, hijo de Franco Macri nacido en Roma en 1930 y nacionalizado argentino el sexto.

Pero no solamente influyó la colectividad italiana en el pensamiento, la filosofía y la política, también lo hizo y en gran medida, yo diría que decisivamente, en la industria, la producción, las artes, la arquitectura.

En este sentido podemos arrancar desde los saladeros de Rosas, tal vez una de las primeras actividades que superaban el nivel artesanal, aquella de los telares santiagueños objeto de la primera exportación nacional, que fueran construidos por Jerónimo y Santiago Rocca, naturales de Lavagna, Génova; pasando por el cultivo e industrialización del algodón que efectuaron los inmigrantes italianos hacia 1870 y 1880; así como en Entre Ríos entre 1857 y 1890 se fundaron más de 2000 colonias de agricultores italianos y en Córdoba, para ese entonces más de 400; En Santa Fe para la misma época el área sembrada de trigo pasó de 20.000 has. a más de 500.000, gracias a la colonización italiana.

Entre 1857 y 1914 entraron al país más de 4.665.000 inmigrantes de los cuales aproximadamente 2.800.000 provenían de Italia y tenían esa nacionalidad.

Algunos de ellos se radicaron, por ejemplo, en Mendoza, en donde más del 90% de los viñateros terminaron siendo italianos, bastando recordar para ello los apellidos de los más importantes: Tomba, Graffigna, Giol, Gargantini, Ruffini, Furlotti, Gabrielli, etc.

En el campo de las finanzas, hay que recordar que la primera casa de cambios que se estableció en el país fue en el año 1830 fundada por Felipe Accinelli y que en 1871 uno de los Bancos, más importantes fue el de Italia y Rio de la Plata, cuyo fundador Luis Viale es recordado en un monumento en la costanera norte porque muriera en un acto de heroísmo en un naufragio al cederle su salvavidas a la Sra. Carmen Pinedo de Marco del Pont.

Otros industriales importantes que trascendieron la esfera personal fueron Agostino Rocca, fundador del grupo Techint, primera multinacional de origen argentino o Torcuato Di Tella fundador de uno de los imperios industriales más grandes de Sudamérica en su momento.

En la industria alimenticia los nombres de Canale, Terrabusi, Mastellone, etc., son nombres reconocidos en todo el territorio nacional y los países vecinos.

También en el arte y la arquitectura se ha notado la huella profunda que dejara esta minoría inmigratoria italiana y así podemos mencionar, entre otros, a Mario Gallo, productor y director de la primera película argentina llamada el «Fusilamiento de Dorrego», actores como Luis Sandrini, cultores de la música popular como Enrique Santos Discépolo u Homero Manzi cuyo apellido verdadero era Manzione. a quienes el tango y su identificación con Buenos Aires tanto le deben, todos de descendencia italiana igual que Benito Chínchela o Quinquela Martin (Martín), Carlos Castagnino, Antonio Berni, Petorutti, genuinos representantes de la pintura argentina que son precios muy caros en el mercado internacional del arte.

Sin embargo, es en la arquitectura y la ingeniería, en donde dejaron una huella más que imborrable, demostrando que no en vano provenían de la tierra de Miguel Ángel y Leonardo, en la que los genes parecen cargados de sensibilidad y esteticismo.

Fueron los constructores jesuitas italianos quienes levantaron la Catedral de Córdoba, una de las obras más importantes del virreinato del Rio de la Plata, al igual que el Cabildo de Buenos Aires. El Ingeniero Lázaro Solari de la provincia de Génova, llegado al país en 1865 construyo la iglesia y el Colegio del Salvador, mientras que Nicolás Canale, que llego en 1858 y su hijo José, fueron los primeros constructores de casas de dos plantas en la República Argentina e introdujeron la técnica del hormigón armado.

Construyeron también la Iglesia de la Piedad sobre la calle, hoy Bartolomé Mitre y la de la Inmaculada Concepción, así como José Bernasconi, originario de Como, construyó más de 57 edificios en la Capital Federal, entre ellos el imponente y majestuoso Palacio de los Tribunales.

En esta breve reseña es imposible olvidar a Juan A. Buschiazzo, constructor de los hospitales, Rivadavia, Duran, Rawson y la remodelación del italiano, en la que fuera casa de Dalmacio Vélez Sarfield, como al ingeniero piamontés Juan José Medici que hizo la nivelación y planeamiento de la ciudad de La Plata y construyo el fabuloso Palacio de Aguas Corrientes, sobre la avenida Córdoba entre las calles Riobamba y Ayacucho.

Siguiendo con la autoría de las grandes obras y edificios debemos mencionar al arquitecto Francesco Tamburini autor y constructor del teatro Colón y más recientemente de Clorindo Testa, constructor y diseñador de la Biblioteca Nacional y el Banco de Londres hoy hipotecario, entre otros o a los arquitectos Pablo Besana y Víctor Meano constructores y directores del imponente edificio del Congreso Nacional.

Para finalizar, no podemos olvidar al ingeniero romano Cesare Cipoletti, constructor de los diques sobre los ríos Mendoza y Tunuyan, o sobre el río Salí, el llamado El Cadillal, en la provincia de Tucumán, debiéndose a su genio además nada menos que toda la obra hídrica y de irrigación del valle de Río Negro, llevando una ciudad de esta región su nombre en homenaje a esta tarea, como tampoco al ingeniero Luigi Luiggi constructor de Puerto Belgrano, los puertos de Rosario y Bahía Blanca y la ampliación definitiva del de Buenos Aires.

Como puede verse, esta minoría o colectividad, que en su patria engendrara desde Maquiavelo a 20 siglos de Papado y desde Michelangelo hasta Marco Polo, a contribuyó a nuestra identidad nacional, a la formación de su ser, como pocas, debiéndose a su impulso trabajador y progresista, marcas indelebles, imborrables, en nuestra historia y nuestra cultura.

Antonio Calabrese es autor de «José de San Martín ¿Un agente inglés?».

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