Argentina repudia designación del iraní Vahidi

ARGENTINA

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Comandante de Guardia Revolucionaria Islámica, Ahmad Vahidi / Foto: Hadi Hirbodvash

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En un gesto que ofende la memoria de las víctimas y desafía al sistema internacional de justicia, la República Islámica de Irán designó como comandante de la Guardia Revolucionaria Islámica a Ahmad Vahidi, uno de los principales imputados por el atentado terrorista contra la sede de la AMIA ocurrido en Buenos Aires en 1994, que provocó la muerte de 85 personas.

La decisión, anunciada en un contexto de creciente tensión geopolítica, fue categóricamente repudiada por la Oficina del Presidente, Javier Milei, que emitió un duro comunicado oficial este 15 de junio de 2025. En el texto, el Gobierno argentino no solo rechaza la designación de Vahidi, sino que también condena «el vil ataque perpetrado por Irán contra el Estado de Israel», mediante el lanzamiento masivo de misiles y drones contra población civil.

Vahidi no es un actor menor en la historia del terrorismo internacional: se trata de un militar con amplia trayectoria en operaciones encubiertas, señalado como autor intelectual del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina. Desde 2007 pesa sobre él una alerta roja de Interpol y un pedido de captura internacional emitido por la Justicia argentina.

Según la investigación impulsada por el fiscal Alberto Nisman —símbolo del compromiso con la verdad, cuya muerte aún conmueve a la sociedad argentina—, Vahidi presidió la mesa de decisión que autorizó el ataque en suelo argentino como parte de un plan para enviar un mensaje político al mundo. La causa AMIA, aún abierta, ha recolectado numerosas evidencias que apuntan a su responsabilidad directa en la planificación del atentado.

En línea con el avance del expediente judicial, la Unidad Fiscal AMIA solicitó recientemente la instrumentación del juicio en ausencia, mecanismo que permitiría a la Justicia argentina continuar el proceso legal contra Vahidi y otros responsables del crimen más letal jamás perpetrado en el país.

«La memoria de nuestros 85 asesinados exige que los responsables rindan cuentas, sin privilegios ni amparos internacionales», subraya el comunicado oficial. El Gobierno argentino considera que la decisión del régimen iraní constituye «una provocación inaceptable» no solo contra nuestro país, sino también «contra todos los pueblos libres que defienden la vida y condenan el terrorismo».

El firme posicionamiento del Gobierno nacional en esta cuestión no es circunstancial. Desde el inicio de su gestión, Javier Milei ha promovido una política exterior basada en principios claros: la defensa de la vida, la libertad, el respeto al Estado de derecho y el combate frontal contra todo tipo de extremismo. La condena a Irán y el pedido de justicia para las víctimas de la AMIA se enmarcan en esa coherencia estratégica.

En 1949, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, Argentina se convirtió en uno de los primeros países del mundo en reconocer oficialmente al naciente Estado de Israel.

En un escenario mundial aún sacudido por las secuelas del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, la Argentina peronista tomó una decisión diplomática estratégica: legitimar al pueblo judío en su derecho a tener un Estado soberano en su tierra histórica.

Lejos de la caricatura nacionalista y aislacionista que muchos hacen de Perón, lo cierto es que su política exterior supo moverse con pragmatismo y visión. En plena Guerra Fría, Perón tendió la mano tanto a potencias occidentales como al nuevo Israel.

Mientras otros países latinoamericanos vacilaban o se alineaban con el rechazo árabe, Argentina apostó por las relaciones bilaterales con el Estado judío.

Esta decisión cimentó un vínculo que, con sus matices, fue creciendo. La comunidad judía local, una de las más grandes del mundo fuera de Israel, encontró en esa etapa un reconocimiento institucional que sería clave para su desarrollo.

Del reconocimiento a la traición: la década kirchnerista

Décadas después, ese legado histórico sería dinamitado por los mismos que se autodenominan «herederos del peronismo». El kirchnerismo, lejos de honrar aquella decisión fundacional, transformó la política exterior argentina en un instrumento ideológico al servicio de las causas más retrógradas del planeta.

La expresión más obscena de ese desvío fue el memorándum de entendimiento con Irán, firmado durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner.

Ese acuerdo infame, que buscaba desviar la investigación del atentado contra la AMIA —cometido por terroristas financiados por Teherán— selló una alianza política y comercial con el régimen de los ayatolás, enemigo declarado de Israel y de la comunidad judía en todo el mundo.

El fiscal Alberto Nisman denunció a Cristina por encubrimiento y apareció muerto en circunstancias más que turbias. Desde entonces, el kirchnerismo ha coqueteado sistemáticamente con posiciones antisemitas disfrazadas de «solidaridad con Palestina», una causa que hoy utilizan como bandera para atacar al gobierno de Javier Milei y su clara alineación con Occidente, con Israel y con los valores de la civilización.

La llegada de Milei: un regreso a la claridad moral

Con la llegada de Javier Milei al poder en 2023, la Argentina volvió a pararse con dignidad en el plano internacional. Su gobierno no solo ha sido el más explícito en apoyar al Estado de Israel en toda la historia argentina, sino que lo ha hecho en momentos clave: después de la masacre terrorista del 7 de octubre perpetrada por Hamás, y en medio del embate internacional de sectores progresistas que buscan demonizar a Israel por ejercer su derecho a la defensa.

Milei no dudó: condenó el terrorismo, se solidarizó con las víctimas, viajó a Israel y dejó en claro que Argentina estará del lado de las democracias liberales, no de los que queman banderas, adoctrinan desde mezquitas radicalizadas o asesinan mujeres y niños.

Este viraje devuelve a la política exterior argentina algo que el kirchnerismo le había arrebatado: una brújula moral clara. Ya no hay medias tintas, ni dobles discursos, ni diplomacia entregada a la «hermandad de los pueblos oprimidos» mientras se hacen negocios con dictaduras.

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