ARGENTINA

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Una amplia mayoría de los argentinos avala la condena judicial contra la corrupta expresidenta Cristina Fernández de Kirchner por hechos de corrupción cometidos durante su mandato.
Así lo reveló una encuesta reciente de la consultora DC Consultores, que arrojó que el 70,2 % de los encuestados está de acuerdo con el fallo que confirmó la sentencia contra la exmandataria y la inhabilitó de por vida para ejercer cargos públicos.
El estudio fue realizado entre el 10 y 11 de junio de 2025, inmediatamente después de que la Corte Suprema ratificara la condena dictada en 2022 por el Tribunal Oral Federal N.º 2 en la causa Vialidad, en la que Fernández de Kirchner fue hallada culpable de direccionar obras públicas a favor de empresas vinculadas a Lázaro Báez durante su presidencia.
La encuesta se basó en una muestra nacional de 1.580 personas, con un margen de error del ±2,5 %. Los resultados muestran un amplio consenso en la opinión pública respecto a la culpabilidad de la antigua jefa de Estado, aunque con matices según el perfil ideológico de los votantes.
Entre quienes votaron por Juntos por el Cambio en 2023, el 96% apoya la decisión del Máximo Tribunal; entre los votantes de La Libertad Avanza, ese respaldo es del 88%. En cambio, entre los simpatizantes del peronismo, solo un 5% avala la condena, mientras que un 95% considera que Cristina fue víctima de una supuesta «persecución judicial».
El informe también destaca que un 78,7% cree que, tras la confirmación del fallo, el peronismo deberá buscar «un nuevo liderazgo político». Esta percepción trasciende incluso al electorado no alineado, que interpreta el fallo como el cierre de un ciclo dentro del kirchnerismo.
Desde la inhabilitación de Cristina Kirchner, figuras como Axel Kicillof y Máximo Kirchner intentan posicionarse dentro del peronismo, aunque sin la centralidad que CFK mantuvo durante casi dos décadas.
Mientras tanto, el oficialismo libertario, encabezado por el presidente Javier Milei, se beneficia del clima de opinión favorable al fallo como un respaldo implícito a su discurso contra la corrupción y la impunidad.
Con estos números, el escenario político argentino podría estar entrando en una etapa de reconfiguración, en la que la figura de Cristina Kirchner pierde influencia, y la justicia, pese a la desconfianza institucional persistente, recupera legitimidad frente a la sociedad.
En una imagen que sigue generando polémica y repudio a más de una década de los hechos, terroristas palestinos marcharon en la Franja de Gaza levantando carteles con rostros de líderes internacionales afines a sus intereses. Entre ellos, y como era de esperarse, figuraba nada menos que la entonces presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner.
La manifestación tuvo lugar en septiembre de 2014, en el marco de una marcha organizada por diversos grupos terroristas islámicos, entre los cuales se encontraba el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), específicamente por su brazo armado: las Brigadas Abu Ali Mustafa.
Este grupo extremista de izquierda, que usó la imagen de Cristina Kirchner, cuenta con una larga trayectoria de ataques armados contra civiles israelíes, y es abiertamente antioccidental.
Durante la marcha, los participantes exhibieron pancartas con imágenes de figuras admiradas en el mundo árabe por su postura anti-Israel y antiestadounidense. Además de Cristina Kirchner, aparecían los retratos del dictador venezolano Hugo Chávez, del ayatolá iraní Alí Jamenei, de Fidel Castro y del fallecido líder del grupo terrorista libanés Hezbolá, Hasán Nasralá. Todos ellos fueron retratados como «símbolos de la resistencia contra el imperialismo».
Lo más preocupante es que, en esa manifestación, no sólo estuvieron presentes integrantes del FPLP, sino también miembros de otras organizaciones armadas islámicas, entre ellos combatientes vinculados a la Yihad Islámica Palestina, a Hezbolá (grupo libanés respaldado por Irán), y a milicias alineadas con la Guardia Revolucionaria iraní. Los participantes coreaban consignas contra Israel, Estados Unidos y «los aliados de Occidente».
La inclusión del rostro de Cristina Kirchner en ese contexto fue interpretada como un gesto de simpatía por su postura crítica hacia Israel durante la operación militar israelí en Gaza en 2014. En ese año, y en toda su presidencia, la entonces mandataria argentina mantuvo una postura abiertamente hostil hacia el Estado de Israel en varios foros internacionales.
A más de diez años de aquel episodio, la imagen sigue circulando en redes sociales, generando enojo en la ciudadanía. Pero el hecho central permanece: la entonces presidente argentina fue enarbolada en una marcha que reunió a grupos terroristas, financiados por regímenes como el de Irán y protagonistas de atentados como el de la AMIA en Buenos Aires.
En momentos donde se discute el rol de Argentina en el escenario internacional, el recuerdo de aquella imagen sirve como recordatorio de una política exterior que coqueteó con sectores anti democráticos y radicalizados del mundo islámico.
En 1949, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, Argentina se convirtió en uno de los primeros países del mundo en reconocer oficialmente al naciente Estado de Israel.
En un escenario mundial aún sacudido por las secuelas del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, la Argentina peronista tomó una decisión diplomática estratégica: legitimar al pueblo judío en su derecho a tener un Estado soberano en su tierra histórica.
Lejos de la caricatura nacionalista y aislacionista que muchos hacen de Perón, lo cierto es que su política exterior supo moverse con pragmatismo y visión. En plena Guerra Fría, Perón tendió la mano tanto a potencias occidentales como al nuevo Israel.
Mientras otros países latinoamericanos vacilaban o se alineaban con el rechazo árabe, Argentina apostó por las relaciones bilaterales con el Estado judío.
Esta decisión cimentó un vínculo que, con sus matices, fue creciendo. La comunidad judía local, una de las más grandes del mundo fuera de Israel, encontró en esa etapa un reconocimiento institucional que sería clave para su desarrollo.
Del reconocimiento a la traición: la década kirchnerista
Décadas después, ese legado histórico sería dinamitado por los mismos que se autodenominan «herederos del peronismo». El kirchnerismo, lejos de honrar aquella decisión fundacional, transformó la política exterior argentina en un instrumento ideológico al servicio de las causas más retrógradas del planeta.
La expresión más obscena de ese desvío fue el memorándum de entendimiento con Irán, firmado durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner.
Ese acuerdo infame, que buscaba desviar la investigación del atentado contra la AMIA ─cometido por terroristas financiados por Teherán─ selló una alianza política y comercial con el régimen de los ayatolás, enemigo declarado de Israel y de la comunidad judía en todo el mundo.
El fiscal Alberto Nisman denunció a Cristina por encubrimiento y apareció muerto en circunstancias más que turbias. Desde entonces, el kirchnerismo ha coqueteado sistemáticamente con posiciones antisemitas disfrazadas de «solidaridad con Palestina», una causa que hoy utilizan como bandera para atacar al gobierno de Javier Milei y su clara alineación con Occidente, con Israel y con los valores de la civilización.
La llegada de Milei: un regreso a la claridad moral
Con la llegada de Javier Milei al poder en 2023, la Argentina volvió a pararse con dignidad en el plano internacional. Su gobierno no solo ha sido el más explícito en apoyar al Estado de Israel en toda la historia argentina, sino que lo ha hecho en momentos clave: después de la masacre terrorista del 7 de octubre perpetrada por Hamás, y en medio del embate internacional de sectores progresistas que buscan demonizar a Israel por ejercer su derecho a la defensa.
Milei no dudó: condenó el terrorismo, se solidarizó con las víctimas, viajó a Israel y dejó en claro que Argentina estará del lado de las democracias liberales, no de los que queman banderas, adoctrinan desde mezquitas radicalizadas o asesinan mujeres y niños.
Este viraje devuelve a la política exterior argentina algo que el kirchnerismo le había arrebatado: una brújula moral clara. Ya no hay medias tintas, ni dobles discursos, ni diplomacia entregada a la «hermandad de los pueblos oprimidos» mientras se hacen negocios con dictaduras.
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