OPINIÓN

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Montevideo fue sede de un apasionante coloquio días atrás, llamado «Pensar las derechas en América Latina», organizado por el Grupo de Estudios Históricos sobre las Derechas en Uruguay. Allí hubo mesas con nombres tan originales como «las derechas y los derechos», que seguramente hicieron las delicias de las masas juveniles que deben haber desbordado el Centro Cultural de España.
El plato fuerte del evento, el artista de fondo, como se dice en los festivales musicales, fue el siempre chispeante Gerardo Caetano, que volvió a cubrir de ropaje académico, su obsesión por tachar de ultraderechista a cualquier cosa que no entre en su particularmente estrecho prisma ideológico. Volviendo a la referencia musical, en inglés se llama «one hit wonders» a las bandas que meten un éxito, y luego viven toda una vida tocando la misma aburrida canción. A Caetano le cae el nombre a las mil maravillas.
Pero el evento en sí, es apenas una muestra más de una obsesión que transmiten los militantes de la izquierda setentera en todo el continente. Y que como siempre, apenas «levanta» los titulares de lo que discuten sus padrinos ideológicos en España y Francia. Esa obsesión por hacer encajar nuestra realidad latinoamericana en los anticuados manuales del sur europeo, es la gran lacra con la que ha cargado la izquierda regional desde siempre. Pero pese a las costosas patinadas que eso ha generado, por lo visto, siguen insistiendo con la misma cantarina.
El sabor del mes en esos ambientes, es el cuco de la «ultraderecha». Si uno los escucha con atención, cosa que honestamente debería contar con etiquetado de los ministerios de Salud Pública de cada país, sentirá que estamos en la Alemania de los años 30. Con el agravante de que nuestros países, a diferencia de aquella Alemania, vendrían de atravesar una era dorada de progresía, prosperidad e inclusión, que está siendo amenazada por estos fascistas incubados en una probeta por empresarios agrícolas, magnates tecnológicos, y oligarcas de medios de comunicación..
Caetano lo puso en blanco sobre negro. «La ultraderecha no va a tener mucha suerte en Uruguay, pero hay empresarios que defienden las propuestas de Milei».
Lo raro no es que haya gente que defienda las políticas de Milei, a la vista de sus resultados económicos. Lo realmente increíble es que haya gente que defienda lo que hicieron sus predecesores en los 15 o 20 años previos, donde arrasaron el país más rico del continente, llevaron la pobreza al 50%, y arruinaron la vida de millones en la pandemia, con una cuarentena troglodita y liberticida. La misma que no pocos, exigían a golpe de caceroleos para nuestro país.
Hay un comentario del sociólogo y atropólogo argentino Pablo Semán, (alguien 100% de izquierda), que ilustra sobre el pecado de Caetano y sus acólitos ideológicos. Dijo que «el progresismo tiene una teoría elitista de la política, que cree que todos los demás son estúpidos. ¿Por qué crece la derecha? Porque les lavan la cabeza, porque hay una conspiración, por culpa de las redes sociales… Siempre las cosas que no le gustan al progresismo, no son fenómenos sociales, sino que son fenómenos patológicos. Todo para ni siquiera plantearse que capaz la derecha crece porque tuviste 12 años de estancamiento, desempleo e inflación. Y que manejaste la pandemia de forma espantosa».
Se puede decir las cosas más fuerte, pero no más claro. Estos sesudos intelectuales de «izquierda», apelan todo el tiempo al cuco de las ultraderechas, para no mirarse en el espejo, y asumir las falencias de casi 20 años en los que gobernaron con viento de cola en todo el continente.
Pero en el caso uruguayo esto tiene una peculiaridad todavía más alucinante. Y es que el partido que representa a toda esa pretendida élite, que durante toda la campaña pasada replicó el discurso del miedo a la ultraderecha que identificaban en Cabildo Abierto, el «partido militar», ahora se asocia al mismo para votar sus leyes clave.
De golpe, lo que a la Coalición Republicana significaba una mancha letal, un pecado irredimible, que era tener a Cabildo entre sus filas, cuando ocurre con el FA, no significa nada. Ningún problema. ¿Cómo se explica? Sencillamente no se explica. Porque esta gente en realidad no tiene una ambición de entender el mundo que los rodea, tal cual debería ser el rol de un intelectual. Sobre todo cuando está financiado por el pueblo. Sino de ser elementos centrales de un proceso de acumulación política que beneficie a un partido político en especial. Hay que tenerlo siempre muy claro.
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