Interfaz cerebro-computadora, por Mariana Gonzalez

OPINIÓN

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Foto: Mike Cai Chen

*Escribe Mariana Gonzalez, especialista en Computación Científica, Fac. Ciencias Exactas UBA. MBA, ITBA.

Lectura: 8 minutos

BCI (por sus siglas en inglés: Brain–Computer Interface), interfaz cerebro–computadora, son sistemas que permiten la comunicación directa entre el cerebro y un dispositivo externo, captan señales cerebrales (eléctricas o hemodinámicas), las decodifican y las convierten en comandos, para operar directamente, sobre computadoras, robots, prótesis, actuadores en general. Se aplican, especialmente, en salud, comunicación y control, entretenimiento y juegos.

Las modalidades principales de los procedimientos son, no invasivos: EEG (electroencefalografía), fNIRS (espectroscopía funcional infrarroja), si bien son más seguros, son menos precisos. Los semi-invasivos: electrocorticografía (ECoG) son implantes en la superficie cerebral. Finalmente, los invasivos, en base a la implantación de electrodos intracorticales, tienen mayor resolución y control, pero riesgos médicos (infecciones, rechazo, degradación de electrodos).

Synchron, empresa de EE. UU. y Australia, que diseñó un BCI implantable mínimamente invasivo mediante vasos sanguíneos (Stentrode) en lugar de cirugía abierta, para restaurar funciones motoras/comunicativas, nos dice que sus desarrollos son «Neurotecnología para abordar las limitaciones del cuerpo humano. La interfaz cerebro-computadora, diseñada para permitir que las personas usen sus pensamientos para controlar un dispositivo digital» y agrega «Tienes la voluntad de moverte. Pero tu cuerpo no capta el mensaje de tu cerebro. Diversos problemas de salud pueden contribuir a una movilidad limitada. El acceso a dispositivos informáticos personales podría ampliar tu mundo».

Todo comenzó en 1964, cuando Gray Walter, pionero de la neurofisiología británica, muestra que las ondas cerebrales pueden usarse para activar diapositivas y dispositivos simples. En 1973, Jacques Vidal (UCLA, Universidad de California, Los Ángeles) publica el primer artículo formal sobre Brain–Computer Interface, usando EEG (electroencefalograma). Se lo considera el «padre del BCI».

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Foto: Peksa Janis and Dmytro Mamchur

En los ’90, ya se da la consolidación experimental con el paradigma P300 Speller, que permite escribir letras mediante potenciales evocados en el EEG. Se dan, además, las primeras aplicaciones clínicas para pacientes con parálisis (síndrome de enclaustramiento, ELA).

En 2004, se implanta por primera vez un sistema invasivo en humanos con tetraplejía (Brown University y Cyberkinetics). El paciente logra mover un cursor y controlar dispositivos.

Es, en esta década, cuando vemos surgir con toda la fuerza esta disciplina. Neuralink desarrolla implantes con miles de electrodos con un robot quirúrgico.

En 2024 implantó por primera vez en humanos su chip, logrando que un paciente tetrapléjico controlara un cursor con la mente.  Synchron (Australia/EE. UU.) realiza un implante mínimamente invasivo vía vasos sanguíneos (stentrode), en pacientes que enviaron mensajes de texto solo con pensamiento.

En 2023–2024, equipos en EE. UU. y China, en forma separada pero simultáneamente, lograron sintetizar frases completas a partir de señales neuronales, alcanzando velocidades cercanas al habla natural. China acelera con proyectos estatales de BCI, incluyendo chips implantables como el «Beinao No.1».

En enero de 2025, NeuroXess logró una precisión del 71 % en la decodificación del habla china de un paciente.

El tamaño del mercado de la interfaz cerebro-computadora alcanzó los 1.27 mil millones de dólares en 2025 y se proyecta que alcance los 2.11 mil millones de dólares para 2030, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 10.29 %, según Mordorintelligence.

Según Grand View Research, el mercado va a alcanzar los 7 mil millones de dólares, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 18%.

Data Bridge Market Research estima una tasa de crecimiento anual hasta el 2030 del 15.67 % alcanzando los 5,6 mil millones de dólares.

For Insight Consultancy espera que el mercado se expanda de 278 millones de dólares en 2025 a 734 millones en 2034, con una tasa de crecimiento anual compuesta del 13.56%

Las cifras difieren tanto, por el alcance de la definición: unos informes cuentan solo BCI invasivas, otros incluyen dispositivos no invasivos de consumo, servicios clínicos, software y licencias. También, por el horizonte temporal adoptado por cada uno y por la metodología que utilizan.

Un rango razonable 2024/2025 está entre 0.26 mil millones y 2.5 mil millones de dólares, según qué segmentos se incluyan y una tendencia de crecimiento entre el 14% y el 18% hasta el 2030.

Los factores clave de crecimiento son la demanda creciente de BCI no invasivas (+65%) y aplicaciones en neurorrehabilitación (+48%), la integración con IA (+57%) y dispositivos portátiles (+42%), la expansión regional: América del Norte lidera con 44% del mercado, seguida por Europa 28% y Asia-Pacífico 22%, y las aplicaciones emergentes: diagnóstico médico, juegos, la realidad aumentada (AR) y la realidad virtual (VR), control protésico, neurorretroalimentación en tiempo real (técnica de entrenamiento cerebral no invasiva que enseña a las personas a autorregular su actividad cerebral a través de señales de audio o video).

Estados Unidos es el líder, concentra la mayoría de las startups (Neuralink, Precision Neuroscience, Synchron, Blackrock Neurotech, Kernel, Paradromics), universidades punteras (Stanford, UCSF, Brown, Harvard, MIT) y financiamiento privado masivo.

La región con más crecimiento en esta disciplina es Asia/Pacífico, la impulsan la financiación gubernamental focalizada, las iniciativas de normalización y avances como la decodificación del mandarín.

Argentina está activa en investigación académica de BCI, con prototipos, tesis, publicaciones, y trabajos locales. El ecosistema regulatorio permite que se hagan ensayos clínicos, hay infraestructura para I+D. Aún no ha emergido un mercado comercial maduro de BCI en Argentina. Está en etapas tempranas o de prototipado/investigación más que de producción o aplicación clínica a escala. Instituciones como el Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR) y el FLENI están desarrollando estudios sobre neurotecnología, EEG y rehabilitación motora.

En aplicaciones médicas y terapéuticas, se están explorando BCI para mejorar la comunicación y movilidad en personas con parálisis o lesiones neurológicas. Hay avances en rehabilitación post-ACV y en el uso de neurorretroalimentación para trastornos cognitivos.

Apple ha iniciado una colaboración con Synchron, para explorar el uso BCI que permita controlar dispositivos como iPhones o iPads solo con el pensamiento, mediante un implante tipo stent que se inserta de forma mínimamente invasiva en la corteza motora del cerebro.

El dispositivo detecta señales neuronales y las traduce en comandos digitales mediante software, permitiendo seleccionar íconos o ejecutar acciones en dispositivos Apple.

La FDA aprobó ensayos clínicos en humanos en 2021, lo que posiciona a Synchron como uno de los pocos actores con validación médica en EE. UU.

Apple marca una nueva frontera en accesibilidad, interacción sin contacto y potencial integración con sus ecosistemas de hardware y software. Este movimiento sitúa a Apple en el mapa de la neurotecnología avanzada, con implicancias que van desde la inclusión digital hasta la simbiosis humano-máquina.

Las interfaces cerebro–computadora son una de las tecnologías más prometedoras de la neuroingeniería. Hoy ya ofrecen soluciones prácticas en medicina y rehabilitación, aunque sus limitaciones técnicas y riesgos médicos restringen su uso masivo. A futuro, con mejoras en biocompatibilidad, miniaturización e IA, podrían transformar radicalmente la relación entre humanos y máquinas, lo que abre también un debate ético profundo sobre el control y la privacidad de la mente.

Como siempre, la ética, nos presenta un ALERTA, los posibles conflictos son especialmente delicados porque involucran el acceso, interpretación y posible manipulación de la actividad cerebral humana.

Para citar algunos: privacidad de datos neuronales (exposición involuntaria de estados mentales, incluso sin consentimiento explícito); posible manipulación o vigilancia mental (vigilancia neurobiométrica); brecha de acceso de alto costo lo que implica que pueden estar disponibles solo para élites económicas o países desarrollados; pérdida de autonomía, especialmente en poblaciones vulnerables; aplicadas a soldados podrían desdibujar la línea entre decisión humana y acción automatizada.

Los aspectos éticos de las interfaces cerebro–computadora (BCI) son un área central, porque esta tecnología toca la esfera más íntima del ser humano: la mente.

*Mariana Gonzalez
Computación Científica, Fac. Ciencias Exactas UBA
MBA ITBA
Empresaria en Argentina y Uruguay en empresas de tecnología.

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