OPINIÓN

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.
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La corrupción, sin lugar a dudas, genera una enorme cantidad de consecuencias devastadoras. Entre sus efectos más graves se encuentra la pérdida de vidas, el deterioro de los Estados, la descomposición de las organizaciones civiles y de las empresas privadas. Pero, por sobre todo, la corrupción ataca directamente la ética y la moral pública, socavando los cimientos de la convivencia social.
La lucha contra este flagelo es esencial y representa el objetivo primordial de muchas personas honestas en el mundo. Aunque la corrupción parece estar intrínsecamente ligada a la naturaleza humana y social, su manifestación varía considerablemente según el país. Si bien está presente en todas partes, no en todos los casos representa la causa principal del fracaso en el desarrollo humano y económico de sus habitantes.
Las comunidades, como organismos vivos, cuentan con anticuerpos naturales para enfrentar procesos infecciosos como la corrupción. Cuando una comunidad está bien constituida, suele reaccionar rápidamente ante la aparición de individuos corruptos. En este sentido, la democracia representativa debería garantizar estas respuestas, especialmente durante la postulación de candidatos a cargos institucionales. Sin embargo, si la representación se ve afectada y no se construye desde sus bases, la lucha contra la corrupción se vuelve infructuosa.
Mientras se logra sancionar a algún corrupto con gran esfuerzo, surgen el doble de ellos en cada elección, impulsados por personajes que se creen superiores a la comunidad. Estas dinámicas explican por qué los países se diferencian en su capacidad para enfrentar el problema de la corrupción.
Al analizar la situación, queda claro que los intereses económicos, cada vez menos arraigados a las naciones, seguirán buscando espacios para invertir. Sin embargo, serán inversiones que, en la mayoría de los casos, exigirán condiciones de calidad. Por lo tanto, corresponde a los gobiernos proveer calidad institucional, educativa, de hábitat y de infraestructura para atraer a las empresas que mejor remuneren el alquiler de estos espacios.
Siempre habrá lugar para inversiones, pero es fundamental distinguir entre aquellas que son solo extractivas, que poco contribuyen al desarrollo comunitario, y aquellas que aportan realmente. Las inversiones extractivas dejan divisas que, en manos de gobiernos corruptos, son absorbidas y dilapidadas, distribuyendo migajas al pueblo y reservando la mayor parte para intereses personales.
Si los gobiernos locales, comenzando desde cada municipio, trabajan en la construcción de espacios aptos para recibir las mejores inversiones, se podrá iniciar un proceso virtuoso que beneficie a las comunidades.
Si la esperanza de cambio reside únicamente en procesos de arriba hacia abajo, la responsabilidad de seleccionar candidatos recae en las llamadas «agencias de casting», es decir, los partidos políticos, que muchas veces no cumplen con la función de elegir representantes comprometidos con el bien común.
Así, la posibilidad de contar con dirigentes íntegros y realmente comprometidos con el desarrollo de la comunidad queda sujeta a estructuras partidarias que priorizan intereses propios, relegando el bienestar colectivo. Como consecuencia, la aparición de líderes honestos se convierte en un hecho azaroso, y el desarrollo social y económico depende de decisiones tomadas lejos de las verdaderas necesidades de la sociedad.
Las luchas en la superestructura contra la corrupción son valiosas por sí mismas, aunque resultan insuficientes si se pretende erradicar de raíz una enfermedad que requiere un abordaje más profundo y estructural.
Para lograr un desarrollo sostenible y atractivo para inversiones de calidad, es esencial que la comunidad asuma un rol protagónico en la resolución de los desafíos fundamentales de su territorio. Así como la educación y la salud requieren enfoques locales y participativos, lo mismo debe suceder en áreas como la infraestructura básica, la cultura y la seguridad.
Cuando la propia sociedad se responsabiliza y se involucra activamente en la mejora de estos aspectos, se crean entornos con buen hábitat, condiciones que resultan indispensables para atraer inversiones genuinas y beneficiosas. Las empresas que apuestan por el desarrollo buscan lugares donde la calidad de vida, la cohesión social y la infraestructura estén garantizadas por el compromiso comunitario.
De este modo, no es necesario forzar la llegada de capitales: serán las inversiones las que, naturalmente, elegirán asentarse donde encuentren comunidades organizadas, resilientes y capaces de sostener proyectos a largo plazo. El protagonismo de la sociedad en la búsqueda de soluciones es clave para transformar el territorio y asegurar oportunidades de crecimiento para todos.
Un agente educativo, docente, directivo o inspector que pretenda vulnerar la decisión de la comunidad de desarrollar su territorio deberá ser expulsado por sus integrantes. Son agentes muy perniciosos a los cuales los padres les entregamos la formación de nuestros hijos.
Iniciar ese proceso será la garantía de que esta bonanza macroeconómica pueda ser aprovechada para el bien colectivo, sino será para pocos como ha pasado en innumerable cantidad de países.
Como siempre digo ARGENTINOS A LAS COSAS recordando al gran Ortega y Gasset.
Muchas felicidades para los lectores de este maravilloso portal.
Hugo Flombaum
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