OPINIÓN

Por Antonio Calabrese, abogado constitucionalista, historiador, político. Columnista de lacity.com.ar
Estamos asistiendo a un proceso electoral incipiente en la Argentina caracterizado por una gran preocupación: “La simultaneidad electoral”, es decir la realización de las elecciones provinciales en la misma fecha o sea simultáneamente, con las presidenciales.
Por su puesto que, en el federalismo feudal del país, la gran mayoría de los caciques provinciales, se despegan de la suerte de los hasta hoy, dos posibles candidatos a presidente de la Nación: Cristina Kirchner y Mauricio Macri, y por ende rechazan la mencionada simultaneidad y fijan fechas diferentes para sus elecciones, o en gran parte de los casos, sus reelecciones provinciales.
Esto que es perfectamente legal, en la eventualidad tiene una elevada carga de inmoralidad, sobre todo si se tiene en cuenta que apenas tres o cuatro distritos mantienen la misma fecha que las presidenciales.
Los caciques prefieren salvar su pellejo, en oscuros manejos provinciales, al conocerse los porcentajes negativos que dan las encuestas a los dos candidatos a la primera magistratura, y temen que el arrastre del voto negativo hacia ellos los perjudique.
Ninguno quiere jugar su suerte a la suerte de la República.
Las críticas al pasado, la corrupción comprobada a niveles escandalosos y sin precedentes mundiales, la debacle de todos los regímenes de izquierda latinoamericana, Ecuador, Brasil, Venezuela, etc. descalifican al Kirchnerismo, que solo puede mantenerse públicamente ante el fracaso absoluto de la gestión del otro candidato, el presidente Macri.
Digo inmoral porque anteponen sus intereses personales a los de la patria cuyo destino se juega precisamente en las elecciones presidenciales.
Nada más inmoral que ello pues no puede haber futuro para nadie en un país que se deshace en su fracaso, su derrota, su caída.
Nadie duda que la crisis nacional esta a la altura de las peores de su historia.
Pero no es solo una crisis económica, es precisamente una crisis moral.
Es un país en el que los presos, cuyos antecedentes son solo delitos, porque para estar en la cárcel en Argentina, el país de la impunidad, hay que cometer muchos y muy graves delitos, ganan un sueldo que es casi el doble de lo que ganan los jubilados, que pasaron su vida aportando a las cajas previsionales, sacrificando un porcentaje de sus ingresos.
Un país en el que los derechos humanos son para los victimarios no para las víctimas que solo tienen el derecho de llorar a sus deudos. Donde el garantismo y el abolicionismo califican de fascista a la palabra orden, como si pudiera existir una sociedad sin orden, y descalifican la represión de los desórdenes, los daños y las agresiones que deben ser padecidas por la sociedad impunemente.
Una nación que celebró alborozada la igualdad de género y entonces para asegurarla exige por ley que la mitad de todos los cargos ejecutivos o electivos correspondan a la mujer, es decir que la idoneidad ya dejó de ser condición para la gestión, ahora la mitad es por el género aunque se trate de personas analfabetas si las hubiera, que tienen más derecho a gestionar que un sabio si lo hubiera, solo porque este último es varón, recordando además, que la otra mitad de los cargos disponibles son para la burocracia partidaria, los favoritos de los jefes y aquellos que los compran con aportes fabulosos para las campañas.
Obviamente, un país en estas condiciones es absolutamente inviable.
En eso, la crisis moral, ha transformado a la Argentina.