INTERNACIONAL

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Con una sociedad aún conmocionada por los atentados que el pasado Domingo de Pascua segaron la vida de más de 300 personas, Sri Lanka recibe estos días la visita de un fantasma que creía enterrado.
El pasado domingo, en respuesta a la masacre, una oleada de ataques contra mezquitas y comercios regentados por musulmanes en una ciudad cercana a la capital, Colombo, dejó una víctima mortal e impulsó al Gobierno ceilandés a decretar el toque de queda entre la comunidad musulmana.
Una escalada de violencia que, en cierta forma y salvando las enormes diferencias circunstanciales que los separan, recuerda a un episodio muy reciente aún en la memoria colectiva y del cual justo hoy se cumple una década de su fin: la cruenta guerra civil que asoló el país durante 26 años, entre 1983 y el 18 de mayo de 2009.
Con un balance estimado en torno a los 100.000 muertos, 800.000 desplazados en su momento álgido y un sinfín de tropelías cometidas por los dos bandos enfrentados, el conflicto ceilandés permanece como en uno de los más prolongados del sudeste asiático ─y también de los más olvidados por la comunidad internacional─.
A lo largo de más de un cuarto de siglo, el Gobierno, perteneciente a la etnia mayoritaria, la cingalesa ─de religión budista─, combatió con todos los medios a su alcance a los Tigres de Liberación del Eelam Tamil, una organización terrorista guerrillera compuesta por miembros de la minoría étnica tamil, practicante del hinduismo.
Nacida en 1976, los conocidos como «Tigres Tamiles» se alzaron en armas para lograr la creación de un Estado independiente de Sri Lanka llamado «Eelam» (Tierra Querida).
La minoría tamil, históricamente recelada por los cingaleses ─en gran parte por haber sido favorecidos por la Corona británica durante la época de la colonización─, arrastraba entonces un profundo sentimiento de opresión que databa de más de dos décadas.
Tras conseguir la independencia en 1949, los nuevos gobiernos de Ceilán ─nombre oficial de la isla entonces─ iniciaron un período de reformas discriminatorias que, a lo largo de más de 20 años, lograron reducir a los tamiles a la mínima expresión a través de proyectos de ley «solo para cingaleses».
Despojados del derecho al voto y el acceso a la universidad y a los servicios públicos, numerosos miembros de la comunidad tamil se fueron aglutinando en torno a la idea de un Estado propio en las regiones donde eran mayoría, en el norte y este del país.
Fue así como los Tigres Tamiles, tras una escalada de hostilidades con el Ejército a cada cuál más violenta, acabaron enfrentándose oficialmente al Estado ceilanés en 1983 como respuesta a una revuelta conocida como «Julio Negro» que dejó cerca de 3.000 víctimas mortales de origen tamil.
Las torturas y desapariciones (por parte del Ejército); atentados suicidas y uso de escudos humanos (por los tamiles); masacres indiscriminadas de civiles y atrocidades en general fueron la tónica habitual a partir de entonces.
