El último adiós y la presencia inmortal

OPINIÓN

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Juan Domingo Perón

Por Antonio Calabrese, abogado constitucionalista, historiador, político. Columnista de lacity.com.ar

 

 

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A 45 años de la muerte del General Juan domingo Perón

Un día como hoy se recibía la infausta noticia.
Largas colas de gente, una multitud, con el rostro compungido y lágrimas en los ojos, jóvenes y grandes, hombres y mujeres, de todas las edades y de cualquier origen esperaban pacientemente que les llegara el turno de verlo por última vez.

El ataúd abierto dejaba ver en la sala mortuoria cubierta de coronas de flores, al líder con uniforme de General de la Nación, lo cual, en si mismo, representaba toda una definición en tiempos aciagos.

Había sido el hombre de la inclusión social, que llevó a distinguir a la Argentina, entre todos los país latinoamericanos, a ser quien concretara el fenómeno de una movilidad social ascendente, desconocida hasta ese entonces en esta parte del mundo.

Fue el estadista que con cincuenta años de anticipación hablaba de la revolución de las proteínas, que treinta años antes predecía la inversión de los términos del intercambio, que debía observarse a China que pronto sería la potencia emergente en el mundo económico con cincuenta años de antelación.

Fue quien iniciara la vida política de su movimiento con un célebre discurso en un congreso de filosofía, en el que diseñara la doctrina que sigue vigente setenta años después.

La «Comunidad Organizada» representó desde entonces al ideal argentino en el mundo del pensamiento.

Fue el intelectual cuya última impresión de sus obras completas alcanzó los veinte frondosos tomos, recordándose todavía entre los pocos que aún viven sus brillantes lecciones de historia militar.

Pero fue también el líder que llevó a la clase obrera al poder mezclada con los políticos profesionales, los académicos, la juventud y la mujer, que le debe nada menos que su ingreso a los padrones electorales y la posibilidad de votar.

Comenzó su trayectoria pública organizando a la clase trabajadora, facilitando su agremiación por ramo, creando el sistema sindical argentino y una central obrera única, la Confederación General del Trabajo.

Todavía hoy, a casi 80 años de aquello y a 45 de su muerte, el sindicalismo unánimemente es profundamente peronista en reconocimiento a la creación de la herramienta que le permite luchar por sus derechos.

Fue perseguido, vilipendiado, ultrajado, después de un golpe de estado cruento, que no ahorró sangre argentina para derrocarlo y que fusiló a militantes de su movimiento inaugurando la época más violenta de la historia del país que perdurará cerca de 30 años.

Pero regresó, enfermo y herido de muerte por un padecimiento terminal a prestar su último servicio a la nación.

Con el país convulsionado, la gente en las calles clamando por su regreso, vino a intentar la paz.

Abrazó a sus adversarios de siempre. Balbín no olvidó jamás aquel gesto que desde la victoria le señalaba que no quería revanchas a pesar de los padecimientos sufridos y hasta le ofreció, sabiendo su delicado estado de salud integrar la fórmula presidencial para que en caso de su deceso, como se produjo al poco tiempo, terminara la labor de integración comenzada.

Pero no se pudo, no por aquel jefe de la oposición de antaño, con quien se abrazara y que se declarara su amigo en la oración de despedida antes de marchar al camposanto, llevado por la cureña cubierta de flores que el pueblo le arrojaba a su paso por las calles de la ciudad.
Demostración de amor popular nunca vista.

Por eso su inmortalidad, por lo que fue y por lo que legó. Por el hombre que creó, construyó, luchó, y se supo rectificar cuando debió, perdonó, y generosamente terminó entregando su vida.

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