Con escándalos de corrupción atrás Austria elige nuevo jefe de gobierno

INTERNACIONAL

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Alexander Schallenberg, nuevo canciller federal austriaco / Foto: Bundesministerium für europäische und internationale Angelegenheiten

Lectura: 6 minutos

El moderado Alexander Schallenberg, hasta ahora ministro de Exteriores de Austria, prestó juramento el lunes como nuevo canciller federal (jefe de gobierno), en sustitución del conservador Sebastian Kurz, quien dimitió el sábado al ser investigado por corrupción.

La ceremonia tuvo lugar en el Hofburg, la sede de la Presidencia de la república, donde el jefe del Estado, el ecologista Alexander van der Bellen, procedió primero a cesar a Kurz como canciller federal, tal y como él lo había «pedido».

El nuevo ministro de Exteriores, en lugar de Schallenberg, es Michael Linhart, un diplomático de 63 años y hasta ahora embajador en Francia, quien también asumió sus nuevas funciones en el mismo acto.

Con esta remodelación de la cúpula del Ejecutivo, que permite la continuidad de la gestión de la coalición de conservadores y verdes en el poder, el presidente de la república considera superada la crisis de gobierno desatada la semana pasada, cuando la Fiscalía anticorrupción reveló que estaba investigando a Kurz.

No obstante, Van der Bellen advirtió a los dos nuevos responsables de la política del país, así como al vicecanciller y líder del partido «Los Verdes», Werner Kogler, de la «gran responsabilidad» que afrontan ahora, tras el escándalo por corrupción, para «recuperar la confianza de la población».

«Por mi parte, confío en que los socios de la coalición consigan crear una base viable para una cooperación gubernamental estable», subrayó el jefe del Estado.

Kurz, de 35 años y líder del conservador Partido Popular (ÖVP), anunció el pasado sábado, tras reiterar su inocencia, su dimisión a la jefatura del Gobierno, proponiendo a Schallenberg como sustituto, aunque sin alejarse del poder, ya que asumirá la dirección del grupo parlamentario de su formación.

La Fiscalía anticorrupción acusa a Kurz, a nueve de sus colaboradores y al ÖVP como partido, de malversación y desfalco de dinero público para encargar y publicar encuestas manipuladas.

Lo llamaron «Wunderwuzzi» (prodigioso, en dialecto austríaco), cuando Sebastian Kurz se convirtió en canciller de Austria a la edad de 31 años. El joven mostró a los conservadores europeos cómo ganar elecciones, hacer política dura de derecha y seguir siendo socialmente aceptable. El populismo con encanto vienés y justo dentro de los límites de lo permisible parecía ser su receta. Con algo de rechazo a los extranjeros y la izquierda, parecía un joven presentable, coronado además por un éxito casi mágico entre los votantes.

Pero esta semana aparecieron grietas profundas en el sofisticado producto en que se había convertido Kurz. El fiscal especial para la lucha contra la corrupción lo acusa de cohecho, corrupción y abuso de confianza.

A este trío de deshonor político se podría sumar un posible delito penal que pone en entredicho el mito de Kurz, mientras todavía era ministro, se dice que manipuló las encuestas, maquilló sus resultados en ellas y pagaba para colocarlo todo en la prensa sensacionalista afín.

Cuando aparecían titulares en los años de su imparable ascenso que lo describían como el candidato a canciller más popular de todos los tiempos, podía deberse a que sus leales seguidores habían manipulado las cifras. Y todo financiado con dinero público, de ahí la acusación. En el trato con los medios de comunicación, prevaleció el principio de que quien paga manda. Se colocaban en los periódicos costosos anuncios de publicidad institucional y empresas estatales y a cambio la cancillería recibía informaciones favorables.

Ahora resulta evidente que la estrella más brillante de la política austríaca había recurrido a métodos perniciosos y prohibidos para facilitar su ascenso. Kurz pulió su imagen, desarrolló un sofisticado sistema de propaganda estatal, socavando de paso la libertad de prensa, e hizo pasar como la voluntad del pueblo la imagen que su departamento de relaciones públicas proyectaba a los austríacos.

Cualquiera en Austria que pida que se limpie el pantano de la corrupción tendra poca suerte. La economía de la amistad tiene una larga tradición en el país y la historia de la república de posguerra se caracteriza por una cadena interminable de escándalos. Casos relacionados con bancos, casinos, empresas de construcción, adquisición de armamento, siempre con el trasfondo del enriquecimiento personal y la intromisión de la política y los negocios.

La más reciente de estas revelaciones fue sacada a la luz por el sórdido asunto de Ibiza hace dos años. El partido populista de derecha FPÖ, un controvertido socio de la coalición de Kurz, fue expuesto como una asociación tan mafiosa e inmoral que los votantes finalmente huyeron de él

Kurz asumió el cargo en 2017 con el lema «es hora de algo nuevo». Pero solo representa la vieja corrupción bajo una nueva apariencia si la evidencia de la fiscalía demuestra ser sólida. Con el paso de dimitir, al menos está mostrando algo de decencia, después de negarse inicialmente a hacerlo aunque es cierto que sigue rechazando las acusaciones de corrupción que se le imputan.

Austria necesita una especie de movimiento de «manos limpias» ante la corrupción que cada pocos años limpie el establo en que se ha convertido Viena. Al menos el país todavía parece tener fiscales valientes que investigan sin miramientos. Pueden ser la base de la renovación política que muchos ciudadanos de Austria han estado esperando durante mucho tiempo.

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