OPINIÓN

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.
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El mundo occidental enfrenta, como ya lo comentamos anteriormente, dos desafíos cruciales, crisis institucional y crisis de representación.
Sudamérica atraviesa esas crisis, pero se desarrollan sobreexpuestas con sus propias falencias.
Las democracias en nuestro subcontinente han sido débiles en general.
En este momento Colombia, Perú y Bolivia están o estarán atravesando severas crisis con posibilidades de que terminen en guerras civiles.
A los problemas de la mala distribución de la riqueza se han agregado los problemas de crecimiento económico sin desarrollo. Es decir, renta sin desarrollo económico.
Producto de las explotaciones mineras, petroleras y gasíferas. Todas actividades que generan fondos de dinero, pero no desarrollo poblacional que incluya educación e integración social y cultural.
Los beneficiados por la renta desarrollan un poder que no puede ser hegemónico por la limitación que la democracia garantiza.
Argentina es un caso de estudio, somos el único país que tenía como característica haber logrado esa integración en el siglo pasado.
Eso nos diferenciaba de la mayoría de los países subcontinentales.
Pero nadie podía aventurar que en 50 años eso quedaría degradado, la educación primaria se fracturó, una para ricos otra para pobres. La salud lo mismo, pero con un tercer actor: las obras sociales de los sindicatos.
Lo fatal de este proceso es que gran parte de esta decadencia la «logramos» en democracia. Estamos destruyendo una sociedad integrada, enarbolando las banderas de los que se beneficiaban de ella.
Todo lo que igualaba al pueblo argentino, los supuestos defensores de los pobres lo destruyeron y hoy nos igualamos a las naciones sudamericanas que nunca habían logrado la igualdad en la educación y la salud.
Esta realidad, grave por si misma, ahora viene acompañada por el intento tantas veces fracasado de lograr organizaciones supranacionales violentas y destructoras del orden institucional, impulsando reivindicaciones de supuestos pueblos originarios.
Reclamos que serían más que atendibles por cada nación sino fuera que en este momento son instrumento de grupos que lo único que persiguen es la ruptura del sistema democrático.
Todo Occidente está debatiendo la pésima distribución de la riqueza. Nosotros debemos adicionar ahora lo que ya teníamos y perdimos, igualar en la educación y en la salud.
Lo distintivo de nuestra situación es que los que causaron este desastre culpan a los factores externos de lo que pasó, y resulta que lo que habíamos construido lo hicimos en un mundo mucho más dependiente que el actual.
Los únicos culpables de la decadencia de la educación pública fueron los que usando los derechos de los docentes como pretexto, terminaron promocionando la educación privada y dejando sin educación a los más humildes.
¡Basta de hipocresías! Los docentes estaban igual de destratados antes y ahora. Lo único que se logró con esa supuesta lucha es quebrar la educación pública.
Es en el ámbito de la política donde se puede lograr la jerarquización de la educación y la de sus actores y no en la lucha sindical.
Son los parlamentarios cuando aprueban los presupuestos provinciales los que tienen que obligar a destinar el dinero a las partidas que garanticen los ingresos de los docentes antes que los propios.
La educación es un servicio esencial, la huelga debe ser regulada por el estado.
Los sindicatos docentes hoy están distanciados de los padres, como si fueran sus patrones y, por otra parte, son amigos de los políticos que destruyeron la educación.
Es en alianza con los padres como podrán lograr en las legislaturas lo que desean.
Y en la salud pasa algo similar. Los gobiernos que fueron incapaces de regular la salud, para que fuera un sistema solidario en su conjunto y no un sistema dividido entre pobres, trabajadores sindicalizados y ricos que pueden pagar las prepagas.
El dinero destinado a la salud en Argentina entre los tres sectores es enorme, comparable con los países de mejor estándar de salud, pero mal administrado. Conclusión se privatizó la salud para los ricos y se quebró el sistema público que atiende a los pobres y con la pandemia entraron en crisis las obras sociales.
Para los desmemoriados recordemos que el creador de las obras sociales sindicales fue el gobierno de la dictadura militar de Onganía.
Hoy nuestro país se enfrenta a la disyuntiva de correr la suerte de Perú, que, con un poder político débil y un poder económico fuerte, se encamina a una guerra civil. En democracia es inviable que se descalcen uno y otro poder.
La alternativa es elegir el camino de Brasil que en la última elección optó por crear una coalición de gobierno que abarcó desde el poder económico hasta el de los trabajadores para rescatar al país del proceso de ruptura social que promovía Bolsonaro.
Seguramente las contradicciones del Brasil serán la de todo Occidente, como mejorar la distribución de la riqueza. Pero desde un orden institucional de respeto.
En Argentina hay un grupo de dirigentes que alientan las «inversiones» en petróleo, gas y minería. Los invito a reflexionar en cómo y para qué.
Debemos recomponer el ahorro nacional convocando a los argentinos que ahorraron fuera del sistema para protegerse de las repetidas estafas estatales. Cualquier costo para recuperar ese ahorro será barato en comparación con las tasas de retorno de los fondos especulativos.
Existe crédito de los países fabricantes de máquinas y herramientas. Con eso y el ahorro nacional nos sobra. Lo otro garantiza coimas y tasas de retorno que terminaran en nuevas deudas.
Las próximas elecciones no determinan dos modelos políticos, determinan dos modelos de Nación. O un modelo de desarrollo integrador impulsado por una coalición de los distintos, o un modelo de confrontación que garantiza el fracaso.
¡ARGENTINOS A LAS COSAS!
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