Operadores vs. políticos

OPINIÓN

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CFK y Alberto Fernández / Captura YouTube

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

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En 1996 publiqué un pequeño ensayo que pretendía abordar lo que en ese momento se presentaba como una nueva manera de acceso al poder en tiempos de democracia.

El trabajo se tituló Dos formas de hacer política y las describía de la siguiente manera:
«Una forma es la de los dirigentes que obtienen su poder de la representación que ostentan, y que por lo tanto tienen un claro arraigo territorial.
La otra es la de los operadores que a partir de determinados grupos de poder construyen aparatos y estructuras de gestión que no tienen representatividad electoral ni arraigo territorial, pero cuentan con eficiencia y recursos.»

El concepto territorio hoy es un poco más amplio que aquel que se delimitaba geográficamente por límites físicos. Se entiende por representatividad a ser dirigentes de organizaciones profesionales o civiles con objetivos definidos y también de los colectivos que se nuclean atrás de un objetivo reivindicativo con arraigo en el pueblo, además del tradicional del territorio barrial. Pero garantiza que sus dirigentes tienen un control social por su propia representatividad.

Es diferente al concepto de operadores, que son aquellas personas que arriban al poder en calidad de amigos, empleados o simples acompañantes de un dirigente político y que aprovechando el poder delegado por él comienzan a ser poderosos por sí mismos.

Son estos operadores los que en los últimos tiempos comienzan con su relación con la prensa y el manejo inteligente de las redes sociales a cobrar una importancia desmedida en relación a la responsabilidad social que implica el detentar el poder político en el Estado.

Es una deformación que esos operadores sean determinantes en la burocracia estatal, sin haber recorrido ni el camino de la carrera de cualquier servidor público ni de la de un dirigente político representativo.

Así llegamos a presenciar como esos personajes se van convirtiendo en verdaderos poderosos como en antaño fueron los Rasputin en la Rusia Zarista, Maquiavelo en la Italia principesca u Oliver Cromwell en el viejo reinado británico. Verdaderos poderosos que arribaron al poder desde la influencia.

La democracia fue construyendo diversas forma de conquista del poder político, pero ninguna se caracterizaba por el arribismo.

Hoy vemos azorados como en la política argentina los poderosos surgen más por acuerdos y pactos palaciegos que por la dura, larga y competitiva carrera política a la que se sometían aquellos que deseaban ostentar el poder del estado para desde ahí poder modificar nada más y nada menos que la vida del pueblo.

Nunca en nuestra vida nos hubiéramos imaginado que íbamos a presenciar dos actos increíbles, solo posibles en regímenes despóticos o dictatoriales, que un dirigente pueda por un video y con solo su propia voluntad designar como posible presidente de la nación, cargo superior al que esa persona aspira, a una persona, un mero operador, que jamás en su vida ni siquiera fue presidente de un club de barrio.

Realmente nuestro país ha sido capaz de ser original en muchas cosas, pero lo de Cristina Fernández ha roto con toda la imaginación posible. Alberto Fernández fue siempre un funcionario designado por decreto, no tuvo, ni carrera política. ni militancia partidaria conocida, ni carrera de servidor público en el estado que pretende conducir. Ha sido un colaborador supuestamente eficiente y nada más.

Claro que esta acción es funcional a un grupo de operadores que acompañan al presidente de la nación Mauricio Macri. Este también se ha esmerado en asombrar a cualquier persona con sentido común.

Sostuvo a rajatabla a un grupo de operadores encabezados por un joven colaborador, Peña, rodeado de otros varios de su misma condición, postergando y casi despreciando a esforzados dirigentes que en muchísimos años de esfuerzos habían colaborado con él en crear una fuerza política nueva, que muchos argentinos recibieron con esperanza ante el desprestigio de las viejas y tradicionales que habían dirigido las últimas décadas la política argentina.

Así vemos la retirada anunciada, con la dignidad de un verdadero dirigente de Emilio Monzó, fue concejal, intendente, legislador provincial, funcionario, diputado nacional y finalmente presidente de la Cámara de Diputados.

Ni hablar del desprecio por la que sin duda fue su verdadero ariete en la conquista del poder, María Eugenia Vidal o de quien fue su Jefe de Gabinete y sucesor en la Jefatura de la Ciudad de Buenos Aires.

Es increíble que, en la actual situación de nuestro país, verdaderamente delicada si vemos los índices sociales que nos muestran el agobio del conjunto de nuestro pueblo; nos veamos sometidos al designio ya no de buenos o malos dirigentes políticos, curtidos en carreras que los llevaron a tener semejante responsabilidad, sino de supuestos hábiles o eficientes operadores cuyo poder surge de la voluntad de un dirigente incapaz de conducir a otros dirigentes de menor responsabilidad y los reemplaza por empleados.

Siempre valoré a los gabinetes compuestos por exgobernadores o legisladores o dirigentes sociales, pero gabinetes de empleados que pueden a lo sumo ser buenos asesores, es algo nuevo y a la vista poco útil.

Y ahora vemos como esos empleados pueden convertirse al igual que aquellos históricos influyentes en los decisores del futuro del poder en la república y en nombre de ella, sin siquiera respetar las formas de acceso al poder que el sistema republicano establece.

Revalorizar la política supone revalorizar a los dirigentes políticos, no es lo que estamos haciendo.

Un comentario

  1. Precisamente por eso fue elegido. La fraudulenta democracia liberal representativa donde el pueblo no delibera ni decide sino por medio de representantes lo habilita

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