OPINIÓN

Por Antonio Calabrese*, abogado constitucionalista, historiador, político. Columnista de LaCity.com.ar.
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Vivimos esta semana una disputa verbal, más bien un reclamo, de una precandidata a Presidente, con un funcionario de la Ciudad, de línea inferior, dependiente de otro precandidato adversario, ambos del mismo partido.
Es tan vulgar la política argentina que permite advertir operaciones mediáticas muy burdas como si fueran algo natural entre los que pretenden la titularidad del liderazgo de algún sector pero que no se animan a enfrentar a sus rivales y por ende mandan a sus empleados como sicarios a atacar u horadar el prestigio del otro.
Todo ello para que un sector del periodismo carcomido por la cultura «progre» (adjetivación localista de una manifestación claudicante bajo el pretexto de la paz y la concordia) encuentre un cotilleo apropiado para llenar sus columnas condenatorias en vez de desentrañar el sentido de las ofensas.
Generalmente, en Argentina, quienes gestionan o gobiernan la nación o los distritos manejan de manera casi caudillezca aparatos poderosos, siendo una parte de los cuales la distribución de las pautas publicitarias o de información, las que insumen millonarias sumas de dinero, que los medios necesitan y de las que no pueden prescindir.
Esto hace una diferencia entre unos y otros candidatos pues les garantiza minutos o metrajes y espacios muy diferentes a quienes exhiben gordas billeteras desde el Estado frente a quienes no las tienen desde la oposición.
Horacio Rodríguez Larreta, Jefe de Gobierno de CABA, que solo sale cuando puede representar la síntesis de un oráculo de amor y paz, delega, consiente, no desmiente, no advierte, no reprende a sus espadas, aunque agredan con infundios y ofensas a su principal rival Patricia Bullrich, que lidera todas las encuestas y por tanto se transforma en su verdadera enemiga.
No existe al momento ninguna consultora que no la de varios puntos por arriba del Jefe de Gobierno de la Ciudad, gran perdedor en las elecciones legislativas de medio término del año pasado, en donde solo pudo retener 7 de las 10 bancas nacionales, perdiendo también en la legislatura de la Ciudad que gobierna como así también la mayoría en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, ambos distritos que inundó con el aparato de la Capital.
Nada más ofensivo, agraviante, ultrajante, para quien se dedica desde hace mucho tiempo con un modesto presupuesto y gran sacrificio a recorrer el país, provincia por provincia y aun dentro de las provincias a pueblos y ciudades con un mensaje claro, opositor, de confrontación, de cambio, contra el gobierno, en horas de debates, polémicas, entrevistas, declinación de espacios o candidaturas a favor de otros en elecciones anteriores, con la que se podrá estar de acuerdo o no, para que alguien intente con absoluta falta de respeto y sin mérito personal alguno menoscabar esa lucha o testimonio militante sosteniendo que favorece al gobierno al cual se opone, cuando en realidad es una tarea muy distinta a la sinuosa línea de su adversario interno, representada por el «parlanchín», que intenta no se distingan, con su natural hipocresía, acuerdos a escondidas o a veces a la luz del día, que se le imputan a su Jefe, con el poder al que dicen enfrentar o con otros partidos rivales.
Los malos creen que todos gozan de la misma condición.
El calumniador, con insidia, como si no hubiera pasado nada, pretende después abrazar afectuosamente a la agredida en una reunión pública para que lo vean y escuchen no solo los presentes, sino todos los micrófonos y las cámaras encendidas y la respuesta con que se encontró fue el lógico rechazo.
Santiago Kovadloff, un filósofo siempre coherente, refiriéndose al episodio, mientras algunos escribas se alborotaban, deplorando y rasgándose las vestiduras, dijo que la medida de la respuesta depende siempre del agravio y del temperamento y la condición del ofendido.
Patricia, que podrá no ser del gusto de algunos o de muchos, es seria y actúa de tal forma en defensa no solo de sus ideas sino de quienes las comparten, dando a diario innumerables muestras, haciendo gala de principios en los que es inflexible, temperamentalmente le dijo «que le iba a romper la cara» y «que con ella no se jode».
Obviamente lo primero, solo pudo ser interpretado literalmente por alguien con poco criterio, de corto entendimiento y escasa experiencia. El funcionario de Rodríguez Larreta agresor radial o televisivo, es mucho menor que ella y con un físico que aparenta una fuerza varias veces superior, lo que demuestra no solo la imposibilidad de concretar rotura alguna, sino su desproporcionalidad, si de medir fuerzas o violencia se trata.
«Te voy a romper la cara» es una expresión que nuestra generación utilizaba en la niñez para responder a los matones que querían imponer su voluntad, como una muestra de coraje, de imposible cumplimiento en la realidad, que solo generaba una sonrisa irónica en los patoteros. Era la amenaza que decíamos a los más grandes cuando se quedaban con la pelota y nos dejaban sin jugar el partido o se llevaban o rompían nuestros juguetes.
Hacer una apología de la violencia por ese dicho teniendo en cuenta los agravios que lo originaran, el nivel de los personajes, la condición femenina, los intereses en juego, el daño que se provoca, es verdaderamente ridículo.
Nunca se ha visto a nadie «con la cara rota» si en cambio con la «cara dura» que es la de los estafadores, la de las felonías, de las traiciones.
Mientras Rodríguez Larreta se pasea como algo natural por los medios, alimentados por el reparto de fondos públicos de CABA, emulando a Mahatma Gandhi, un prócer del pacifismo, sus esbirros destruyen, tratando de despejar cualquier oposición interna, tras una desproporcionada y desmedida ambición presidencial, que no solo a la coalición que integra pone al borde de la implosión, sino a su propio partido al que intenta doblegar en el único distrito electoral en el que es gobierno.
*Autor de «José de San Martin ¿Un agente inglés?».
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