1976, Hugo Flombaum sobre un oscuro período del país

OPINIÓN

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Junta Militar / Foto: getarchive.net

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.

Lectura: 5 minutos

Solo los que vivimos aquellos tiempos recordaremos como llegamos a la fatídica dictadura. Los historiadores hablarán de la violencia, del rodrigazo, del desorden económico y la inflación. Todo cierto.

Me gustaría apuntar que todos esos antecedentes solo dieron marco a la verdadera causa de la irrupción de las fuerzas armadas en las instituciones, el hartazgo, la indiferencia o el beneplácito de la mayoría del pueblo argentino respecto a la política y los políticos.

Tardó 7 años el pueblo en asumir su rol en la lucha por el poder abandonado a la suerte de la camarilla militar y sus socios. Nos costó muchísimo esa etapa, el asesinato de muchos argentinos, el endeudamiento que no teníamos, la ocupación en la centralidad de la economía del sector financiero, una guerra con sus costos y muchos más que la historia explicitará.

Hoy hay muchas coincidencias con aquellos años, es cierto la violencia política generalizada y el poder militar con intencionalidad política son dos ausentes, esas serán, quizás, los dos logros de la democracia de los últimos cuarenta años. Pero la indiferencia y el hartazgo del pueblo en relación con la política es idéntico.

Los indiferentes de hoy deberán recordar que el poder del estado en democracia es una función indelegable del pueblo a través de la elección de sus representantes.

Cuando corren ríos de tinta analizando la aparición de arribistas a la lucha por el poder político, debemos asumir que si eso tiene éxito la responsabilidad es del pueblo que o con su indiferencia o a partir de su hartazgo dan espacio a aquellos que ven un vacío a llenar.

La dirigencia de mi generación que se encaramó en la cima del poder fracasó. Nos deja un país subdesarrollado cuando recibió uno en desarrollo. Una nación sin educación cuando éramos ejemplo en el mundo en eso, Con la salud pública en quiebra cuando éramos faro para gran parte del mundo, sin una moneda nacional creíble y la lista sigue.

¿Estas verdades son excusa para exponer a nuestra nación a una nueva aventura descabellada?

Hace décadas que la cúpula del poder dejó de dirigir al pueblo para convertirse en una oligarquía que reparte empleo público, prebendas y favores.

Dejar un vacío para que lo ocupe alguien tan desconectado como los que se van no parece el mejor camino.

En ese divorcio entre el pueblo y la política hay muchos responsables y muchas causas.

Los cambios en la relación entre los pueblos y sus vecindades representan la causa más importante. La relación entre vecinos fue la base en la cual los partidos políticos desarrollaron su actividad.

Las necesidades barriales de infraestructura, los clubes de barrio, las sociedades de fomento, las cooperativas de servicios, etc. fueron los que impulsaron la leva de los dirigentes políticos.

La aparición de nuevas necesidades y expectativas no lograron receptividad en los viejos partidos y sus referentes se fueron expresando en los colectivos que los agrupan.

La encapsulación de los partidos políticos en intereses facciosos hizo alejar a los nuevos referentes sociales de las instituciones naturales. La aparición de los nuevos medios de comunicación y la desconexión con las nuevas necesidades consolidaron una acción política desconectada de sus representados.

El resultado fue catastrófico, la relación entre el estado y la sociedad fue unidireccional, de arriba hacia abajo, ya la comunidad no jugaba ningún rol en la solución de sus problemas. La gobernanza, término moderno para expresar la necesaria participación de la comunidad en la resolución de sus aspiraciones no tuvo vehículo alguno para expresarse.

Los mejores técnicos, las universidades, la intelectualidad toda trabaja incansablemente en formulación de proyectos y propuestas. Algunos se agrupan en instituciones que enhebran las ideas proponiendo planes integrales. Un esfuerzo estéril.

Las ideas y los planes para que se desarrollen deben ser parte del poder. Deben referirse a un espacio a un tiempo asociado al poder que lo lleve a la práctica.

La ausencia de partidos que conjuguen la lucha por el poder con la participación, la organización comunitaria y la representación hace que las ideas y planes sean ignorados por los profesionales de la política que carecen de todo interés en llevar a cabo ninguno de ellos con la excepción de aquellos que comulguen con sus intereses particulares.

No hay gobierno representativo sin representación ni hay democracia sin partidos construidos desde el territorio hacia arriba.

Lo otro es autoritarismo disfrazado y para ser autoritario el instrumento probado como exitoso es el partido único que se expresa de arriba hacia abajo a través de una capilaridad que asegure la participación del pueblo en las iniciativas de la cúpula.

Los experimentos de autocracia disfrazada de democracia tienen el fracaso asegurado de la misma manera de que el autoritarismo sin una organización popular que lo represente.

No hay nación sin una voluntad colectiva que la impulse, Argentina la perdió. Aquella alegría que expresamos en la reconquista de la democracia se diluyó entre la conformación de una oligarquía parasitaria y la indiferencia.

Esto ya lo vivimos, evitemos repetir malas experiencias.

Sobran experiencias virtuosas en municipios y provincias como sobran experiencias ruinosas en el centro del poder.

¡ARGENTINOS A LAS COSAS!

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