OPINIÓN

Por Hugo Flombaum, analista político. Columnista de LaCity.com.ar.
Lectura: 6 minutos
Argentina está viviendo un presente muy complicado y un futuro incierto. Increíble que esto pase en un país con una producción en bioeconomía, competitiva y poderosa, con una industria del conocimiento pujante y moderna y con un capital inexplotado en el turismo, redescubierto por los argentinos producto de la pandemia.
La causa de la decadencia de nuestro país en las últimas cuatro décadas no es económica es únicamente política e institucional.
El comienzo de esta crisis se remonta a cien años atrás. Con la primera posguerra de la Primera Guerra Mundial y la llegada de millones de inmigrantes. El hasta ese momento régimen político nacido con la república, caracterizado por el dominio de los sectores agrícolas, azucareros, tabacaleros, ganaderos, junto con los trader del comercio exterior, entra en crisis.
Las nuevas ideas europeas, el comienzo de la sustitución de importaciones y la aparición de una nueva clase de empresarios, trabajadores, comerciantes impulsan cambios que se expresan en el nacimiento del Yrigoyenismo.
Este proceso se profundiza 25 años después con la aparición del Peronismo durante la segunda posguerra mundial.
El sector dominante de nuestra economía de base y dominante en el poder político fundacional se ve desplazado y en lugar de incorporarse a la lucha política desde sus ideas, lo abandona y recurre durante cinco décadas a los golpes militares como método para controlar el poder.
Durante las presidencias de Alfonsín y Menem, el primero generando el consenso, casi unánime, de que el camino a recorrer debería ser el de la democracia y el segundo destruyendo el poder militar definitivamente, abren un proceso político nuevo para nuestra historia.
Ya Alfonsín tiene sus primeros enfrentamientos con el sector agropecuario, luego comienza el péndulo que aún hoy nos acompaña, años que se beneficia al sector primario y años que se lo castiga.
Ridículo, ni el sector que genera los dos tercios de las exportaciones argentinas se incorpora institucionalmente a la lucha política, no los sectores políticos dominantes entienden que, si ese sector no es parte del poder será imposible generar certidumbre y confianza en el curso institucional del país.
Todos hablan de plan, todos hablan de medio y largo plazo, pero nadie construye la base fundamental para el desarrollo de un país, el consenso social y político que lo sustente.
Miremos tres ejemplos para entender lo que nos diferencia y nos impide iniciar una época de bonanza sostenida.
Uruguay, Brasil y Chile pasaron por las mismas contingencias históricas, inmigración de las posguerras, nuevas ideas políticas importadas de Europa, golpes militares, pero los viejos sectores del poder tradicional nunca se retiraron de la lucha política, fueron y son parte, generando una dirigencia que representa a todos los sectores y a todo el poder económico.
Eso les dio desde el surgimiento de la etapa de consolidación democrática, a fin del siglo pasado, estabilidad, política y por consiguiente económica.
Nuestro país a la inversa concentró el poder político en una secta de intermediarios de negocios, todos comisionistas. En 2015 año en el cual asume el poder el expresidente Macri, se observa la incorporación a la política de sectores pertenecientes al poder económico, eso es virtuoso en sí mismo.
Hoy tenemos un conflicto en ciernes que será fundamental para nuestro futuro cercano, los intermediarios enquistados en el poder no quieren perder su espacio y la sociedad ya les perdió respeto, mucho más importante que la expectativa. En realidad, los desprecia.
El empate entre los dos sectores de comisionistas en pugna por el poder nos lleva al descalabro total, ellos debaten negocios no ideas. La aparición de personajes que, con consignas vacías como la de la lucha contra la casta, era predecible luego de ver a Bolsonaro en Brasil. Es imperioso que la política represente a los sectores reales del poder.
Esos sectores son fácilmente reconocibles, el sector de la bioeconomía, lamentablemente concentrado en pocas manos, pero poderoso, el sector de industria del conocimiento y todo el sector de la economía informal, desde los comerciantes del trueque de los barrios empobrecidos y las organizaciones sociales que, contratadas por el estado, pudieron contener los reclamos de los sectores más postergados.
Es en esos ámbitos es donde se concentra el poder que permitirá construir entre todos, como en los países nombrados, un acuerdo político que permita la elaboración de un plan a mediano y largo plazo.
Si se continúa en esta lucha superestructural sin ganadores posibles, los únicos que se beneficiaran son los intermediarios que obtienen ganancias ocultas atrás de cada acción de gobierno.
No hay gobierno posible sin la incorporación al poder institucional del poder real.
Los tradicionales industriales prebendarios sostenidos por las protecciones, subsidios y la inflación, con los sindicatos que los protegen y los abogados, políticos, funcionarios que los acompañan deberán ser los que paguen el costo de la transformación, después de décadas en las cuales se beneficiaron a costa del empobrecimiento de nuestro país y su pueblo.
Mirar a los exitosos países autoritarios como ejemplo es ridículo, para tener sistemas como el ruso y el chino se necesitan rusos y chinos, no argentinos. Mostrarlos es solo un espejismo infantil.
La comunidad internacional, toda, apoyará el proceso de reconversión si es serio, sino los que vendrán a nuestro país serán los oportunistas que solo intentan hacer negocios rápidos y llevarse las ganancias más rápido aún.
En el mundo hay empresarios serios que impulsan proyectos a largo plazo y empresarios ocasionales que buscan oportunidades.
Para lograr la atención de los primeros debemos mostrar un país cohesionado y con un poder político que exprese a todo el poder real, si enviamos comisionistas hablaran con comisionistas.
Otro artículo escrito por Hugo Flombaum: FMI y la Campora