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«¿La inflación lo deprime? Al menos no vives en Argentina». Así comienza el artículo del WSJ sobre la inflación en Argentina.
«Los ciudadanos hacen frente a la segunda tasa de inflación del mundo (después de Venezuela) gastando sus cheques de pago de inmediato, «un 40 % de inflación acá es normal» dice uno de los entrevistados.
El Wall Street Journal, escribió un severo editorial para explicar el aumento de los precios en la Argentina, con argumentos donde señala que la guerra en Ucrania es una causa de la inflación global, pero no la que explica la suba de precios localmente, según la analista Mary Anastasia O’Grady.
«La guerra de Vladímir Putin contra Ucrania es una de las razones de la suba de los precios de los alimentos que ahora amenaza a algunas de las poblaciones más vulnerables del mundo. Pero está lejos de ser la única razón. En Argentina, ni siquiera es la razón primaria del aumento del costo de los alimentos», dice el periódico estadounidense.
«Los titulares de bancos centrales y políticos de todo el mundo quieren echar la culpa de los altos precios de los alimentos en la situación en Ucrania. Sin embargo, hay dos componentes que ejercen presión. El primero es el cambio en los precios relativos, es decir, el trigo volviéndose más caro en relación con otros bienes de consumo debido a la reducción mundial de la oferta. La segunda causa del aumento en los precios de los alimentos es una inflación generalizada en toda la economía», agregó.
«El mercado es la cura para el cambio en los precios relativos; entre más flexible es una economía, más rápido se harán los ajustes. La cura para la inflación global es una corrección en los errores de política monetaria, fiscal y regulatoria. Los políticos argentinos fallan en ambos frentes», explica.
«Rusia y Ucrania son importantes proveedores mundiales de alimentos. De 2018 a 2020, según el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias, la participación de Rusia en el comercio mundial de cebada fue de más del 14% y de trigo del 24%. La participación de Ucrania en el comercio de cebada entre 2018 y 2020 fue del 12,6%, la del maíz del 15,3% y la del trigo del 10%. Casi el 50% del comercio mundial de aceite de girasol durante el mismo período provino de Ucrania».
O’Grady cita al economista Pablo Guidotti, profesor de economía de la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, al detallar que «desde el año 2000 el gasto público, como porcentaje del producto interior bruto, se ha duplicado, pasando del 20% al 40%. La deuda pública como porcentaje del PIB es ahora de alrededor del 100%». «Para pagar las cuentas, el banco central imprime pesos con desenfreno, poniendo los precios por las nubes».
«El reciente cambio en los precios relativos del trigo y otros productos agrícolas debería ser una bendición para Argentina. En un mercado libre, los precios más altos actuarían como un factor de motivación para cultivar, vender y exportar más. Al subir el valor de las cosechas, medido en divisas, la Nación también se enriquecería porque la entrada de dólares reforzaría su poder adquisitivo. Dicho de otro modo, la mejora de la relación de intercambio impulsaría el PIB».
Sin embargo, «en lugar de subirse a la ola de los precios de las materias primas con políticas que fomenten la producción y la exportación, el gobierno está tratando de bajar los precios locales obligando a los productores a vender dentro del país».
«La combinación de políticas para esta estrategia consiste en elevados impuestos a la exportación y cuotas de exportación que limitan la cantidad que puede enviarse al extranjero. Ambas cosas reducen las exportaciones y hacen que sea mejor no plantar o mantener el exceso de existencias en silos».
En marzo, el gobierno anunció que intentaría «desacoplar los precios para proteger el mercado nacional en un contexto mundial de guerra y de precios elevados y sostenidos del trigo» subvencionando 800.000 toneladas métricas de trigo a los molineros nacionales.
«Puede que consiga, a corto plazo, abaratar el pan y la pasta para el público. Pero es un “apaño” caro y da a los consumidores menos incentivos para encontrar sustitutos del trigo, que es una forma de bajar los altos precios».
«Estas políticas perjudican al pueblo argentino y dañan a los pobres del mundo porque disminuyen el suministro mundial de alimentos. Echemos la culpa a quien corresponde», finaliza.
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