El secuestro del astro Alfredo Di Stéfano, por Norberto Zingoni

OPINIÓN

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Alfredo Di Stéfano en 1947 / Foto: Desconocido

Por Norberto Zingoni, escritor, abogado, corresponsal de LaCity.com.ar en Europa.

 

 

 

Lectura: 7 minutos

Eran las 6 de la mañana cuando el teléfono de la habitación 216 sonó.

-Diga.
-¿Señor Di Stéfano?
-Sí, dígame.
-Hay unos policías aquí que quieren hacerle unas preguntas y piden que baje.
-Si quieren hablar conmigo, que suban ellos. Y colgó.

Alfredo Di Stéfano, considerado el mejor futbolista de la época, pensaba que se trataba de una broma de sus compañeros del Real Madrid, le cuenta a BBC Mundo Alfredo Relaño, presidente de honor del diario deportivo español AS y coautor de «Gracias, vieja», el libro de memorias de la Saeta rubia.

Pero a los pocos minutos escucharía que tocaban a su puerta.

Cuando el futbolista argentino abrió, vio a un empleado del hotel y a tres hombres que se identificaron como policías, quienes le explicaron que querían hacerle unas preguntas y que bajara con ellos.

Su compañero José Emilio Santamaría, que estaba en la habitación del lado, escuchó lo que estaba pasando y entró a través de una puerta que comunicaba a ambos cuartos.

«Le dijo: «Espera. Vamos a decirle a un directivo antes de que bajes». Pero respondió que no y prefirió bajar», recuerda el periodista español.

Santamaría los vio irse.

Estaban en la convulsa Caracas de 1963. El día: el 24 de agosto. El lugar: el Hotel Potomac.

 

España en vilo

Lo metieron en un automóvil y le informaron que se trataba de un secuestro.

Le vendan los ojos y le ponen unas gafas oscuras. Le dicen que esté tranquilo, que no le pasará nada. Y empieza un baile: primero a un apartamento, luego a una casa de campo, finalmente a un piso por el centro de la ciudad. Él, vendado, no podrá identificar los trayectos.

A la una de la tarde, un portavoz de la organización subversiva Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) llama por teléfono al hotel e informa que Di Stéfano está bien, que no sufrirá ningún daño y que le soltarán en cuanto el secuestro haya alcanzado suficiente publicidad.

Durante tres días toda España estuvo en vilo.

Era el futbolista más famoso del mundo. Había sido portada de la revista Time. Ya había ganado cinco Copas de Europa, de 1956 a 1960.

El Real Madrid, uno de los clubes más importantes del mundo, se encontraba en Venezuela para disputar un torneo amistoso de gran prestigio.

 

Fue «Paulito»

«Paulito» era su hijo: Paúl del Río, quien desde hacía un tiempo se había entregado a la lucha revolucionaria.

«Paulito» Del Río fue el guerrillero, conocido como Máximo Canales, que lideró el secuestro de Di Stéfano.

«En ese momento era un muchachito, tendría unos 19 años y ya se había iniciado en ese proceso revolucionario, se había criado en Cuba imbuido de ideas revolucionarias», cuenta el periodista Candeal amigo de la familia Del Río.

«La sorpresa cuando mis padres llegan a casa es darse cuenta de que conocían quién lo había hecho, lo cual le añadía más drama a la historia. Al verse descubierto podían matar a Di Stéfano».

 

«Me dejaban apostar a los caballos»

«Di Stéfano cuenta que cuando le quitan la venda de los ojos lo primero que ve son muchas pinturas, en un apartamento lleno de cuadros», señala el periodista Candal en ABC de Madrid.

Di Stéfano le contó: «Menudo susto me metió. Abrí la puerta de la habitación porque me dijo que era policía y eran tres tipos. Me metieron en el coche. Pero bueno, me trataron bien, me dieron de comer muy bien: unos sándwiches muy ricos y luego jugamos ajedrez».

«Para que me soltaran, les decía que sus padres estaban mal del corazón y que se podían morir por lo que estaba pasando».

«Tenía miedo de que llegara la policía y hubiese un intercambio de disparos y que resultara herido o muerto».

«Durante el día estaban los jefes, unos intelectuales de izquierda, y en la noche quedaban unos chávales con unas metralletas grandes».

Hubo tiempo para jugar cartas, dominó y algo más: «Le ponían los caballos para apostar porque a Di Stéfano le gustaban los caballos».

Lo dejaron escuchar por radio el partido entre el Real Madrid y el Oporto y le dieron perros calientes y «hasta le trajeron una paella».

Pero parecía que nada lograba tranquilizarlo. Incluso llegó a pensar en escapar. «Estaba en una habitación, en un pisito en Caracas, que era un piso miniatura. No me saqué ni los zapatos ni la ropa. Estaba viendo si me podía escapar. Menos mal que no lo hice. Tenía la intención».

 

El desenlace

Después de tres días le informaron que lo soltarían.

Le cambian la ropa que traía, le pretenden pelar al cero, para ser menos reconocible, pero él les disuade («¡si yo ya casi no tengo pelo, y además rubio!»), cambian de idea y le ponen un sombrero. Di Stéfano les llegó a pedir una pistola en caso de que se desatara un tiroteo. «No quiero morir como un conejo», les dijo.

Pero no le dieron nada y le volvieron a tapar los ojos.

Bajó, corrió y se metió detrás de un árbol. Estaba muy asustado. No sabía si le iban a aplicar la ley de fuga, si lo iban a matar.

«Cuando llegó, vio el cartel que decía: «Abierto de 10:00 am a 2:00 pm». Miró su reloj y eran las 2:10 pm. Y empezó a tocar el timbre sin parar y no lo soltó hasta que salió una de las personas encargadas de cuidar el lugar».

La mujer lo reconoció de inmediato y lo hizo pasar.

El escritor cuenta que llamaron al hotel y a la familia de Di Stéfano en España y en Argentina.

Se corrió la voz. Otra vez una noticia relacionada con el astro le daba la vuelta al mundo.

Di Stéfano ofreció una rueda de prensa en la que se le veía muy tenso.

Después contaría por qué: «Entre los policías que vio allí, reconoció a dos de los secuestradores. Estaban infiltrados en la policía».

En 1982, cuenta Alex Candal, su familia aceptó una invitación para quedarse unos días en la casa de los Di Stéfano en Madrid.

Ahí estaban los cuadros que Di Stéfano había visto el día de su secuestro y que le regaló el padre del secuestrador Paúl del Río a Di Stéfano años después.

Otro artículo escrito por Norberto Zingoni: Elecciones en España

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